Todo lo que nosotros hemos decidido históricamente
considerar como el mal, en lo que se refiere a la conducta humana y sus
consecuencias para los demás congéneres, suele tener su base, su semilla, su
origen, en gran medida, en conceptos tales como la incompetencia, el descuido,
y sobre todo en la estupidez (algo muy extendido, por desgracia, sniffff).
Pero hace unos días me ocurrió algo que me ha hecho pensar
en un elemento clave. Me refiero al odio. El odio está presente en nuestras
vidas, tanto o más que el amor, aunque están muy relacionados. Se puede definir
el odio como lo contrario del amor, o sencillamente la ausencia de amor, aunque
esto es fácilmente revertible, es decir, considerar al amor como lo contrario
del odio. O llegar a la conclusión de que vivir sin odio es hacerlo con amor.
Sea como fuere, el odio está presente en nuestras vidas. Hay
personas que se dedican a odiar, son unos verdaderos y auténticos “haters”, y a
menudo ni se dan cuenta, así de normalizada tienen su actitud ante la vida y
sus relaciones con los que les rodean.
De este modo, uno que es simpatizante del Betis, resulta que
odia sistemáticamente al Sevilla, y viceversa, llegando incluso considerar mal
aficionado al que no alardee de esos odios.
Y en una cena entre amigos, mientras el Real Madrid jugaba
contra la Juventus de Roma, resultó que descubrí un odio visceral al equipo
español, cuando pareciera que lo lógico sería animar precisamente a esa formación
(por una cuestión de afinidad por nacionalidad) y no al italiano. La mayoría
deseaba que ganara la Juven y además, si fuera posible, que lo hiciera
humillando a los hombres que representaban el orgullo ibérico. Me extrañó.
Quitando aparte devociones y fanatismos sin sentido, pues a
mí el balompié me la trae verdaderamente al pairo, me interesó sobremanera esta
actitud de esos comensales, pero más que nada por una cuestión antropológica
que otra cosa.
Cuando pregunté “¿por qué?”, la respuesta unánime fue “es
que soy antimadridista”. A ver, replicaba yo, pero tú eres sevillista, ¿no?. “Sí”.
Entonces, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?
Está claro, mi error consistía en buscar algún tipo de
lógica a este comportamiento. Y es imposible encontrarla porque, sencillamente,
no la hay. No había modo de sacarles algo más de esa tremenda afirmación de “soy
antimadridista”. También había anti-ronaldistas, anti-sergiorramistas,
anti-florentinistas, y un largo etcétera de oposiciones más o menos
personalizadas.
El odio por el odio, el anti por el anti.
No se animaba a la Juventus, sino que se insultaba, denigraba, y deseaba que ocurrieran cosas malas al Madrid. Menos mal que los ánimos se fueron calmando a medida que los goles metían las cosas en vereda. Cuando acabó el partido, la cosa no hizo sino reafirmarse, de todos modos. El que busca el odio, lo encuentra siempre, y cualquier motivo es excusa o causa para ello. En este caso, fue injusta tal o cual falta, un atropello clarísimo la expulsión de un jugador del equipo romano, el árbitro era de dudosa predisposición y por supuesto de una objetividad muy poco clara... y así sucesivamente, todas estas circunstancias se convierten en auténtico abono en el que crece y se enraíza más profundamente el sentimiento de anti-amor hacia el Real Madrid.
¿Y qué es el Real Madrid? Un ente abstracto, un conjunto de jugadores que van y vienen como mercenarios sin ideología, un grupo de chavales que dan patadas a un balón. Quizá represente una ideología, algo ya desfasado y que pudiera tener que ver con que el dictador Franco fuera aficionado, y que por motivos guerracivilistas de revancha, rencor y frustración, ahora se proyecta sobre una afición deportiva.
La verdad es que no tiene mucho sentido no ya odiar a un equipo per se, sino el odiar de ese modo. Ni si quiera odiar en sentido alguno. Y como dijo Yoda, ese gran maestro: el miedo lleva al odio, el odio a la ira, y la ira al lado oscuro.
Odiar es un enorme derroche de energía que no lleva a nada. La satisfacción que pudiera aportar que el Real Madrid perdiera no significa mucho, se olvidaría enseguida seguramente, aunque supongo que con el efecto de retroalimentación que ejercen las conversaciones de barra de bar sobre el tema del partido podrían alargar los efectos durante semanas.
No es bueno. En mi opinión, esa energía se podría encauzar y emplear en cosas positivas, amables (que viene del verbo amar), productivas. Mucha gente emplea tiempo y esfuerzo en odiar, en lugar de ser productivo, y es una verdadera pena.
¿Cómo hemos llegado a esto, cómo hemos logrado que odiar nos produzca satisfacción?