He tenido sólo un par de oportunidades verdaderas de intentar explotar el potencial del artefacto.
Hoy fue un buen día, pues jugaba la selección nacional, y previendo una playa desierta de testigos incómodos, acerté de pleno con las condiciones: mar plana, sin corrientes, y viento suave pero suficiente para mi mayor velamen.
De este modo, en completa soledad ante el peligro, me introduje hasta que el mar me llegó a la altura del corazón fisiológico, y me subí a esta montura en pos de su doma. Trataba de encabritarse, y voto a bríos que me logró lanzar tres o cuatro veces volando, de una buena coz.
Hay que tener tiento con las riendas, digo con la barra, y prestar atención especial y concentración extrema sobre el asunto de apoyar peso con el pie delantero. La memoria muscular tiene que asentarse a base de horas de vuelo. En unos se tarda más, y en otros especímenes el proceso es más rápido. Yo soy de los que van lento. Pero trato de hacerlo seguro y meditando bien cada paso.
Muestro más seguridad, más aplomo, en el bordo con la amura de estribor (mano derecha delante), cosa normal en mí. Y voy comprendiendo la física de ese objeto que corta el agua un metro por debajo de mí.
Una pena que no pueda aportar hologramas del suceso, pero prometo que pronto los habrá, para mayor mofa y escarnio del personal.
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