Me sorprendo a mí mismo sonriendo como un bobo camino del bar al que diariamente acudo a desayunar. Es éste, el del desayuno, uno de los mejores momentos del día para mí. Lo disfruto enormemente, casi siempre en buscada soledad, mientras leo la prensa o reviso correos electrónicos o simplemente navego por la red. Oh, maravilla de las maravillas tecnológicas. Pero mejor vuelvo a la sonrisa boba, y permítanme que me explique o, al menos, lo intente.
Cada cierto tiempo el océano nos demuestra lo pequeño que somos. Esta frase la dice Bodhi en la famosa peli "Point Break". Bueno, ese personaje, la verdad, no es que sea mi ideólogo preferido, pero creo que tenía razón en eso.
A veces te ves envuelto por un mar encrespado, con olas enoooormes y vientos casi huracanados. Alguna masa de agua me sorprende y me revuelca sin piedad. Me veo lejos de la orilla, rodeado de espumas que me menean de acá para allá, y mi cuerpo es arrastrado por la fuerza del viento y del agua. Pero sorpresivamente me encuentro a mí mismo riendo a carcajadas, de similar modo a cuando cabalgo una ola y grito exultante llevado por la adrenalina.
Uno puede entrar en sintonía, sincronizarse con los ciclos y las series, descubrir patrones. Y de repente todo cuadra.
He oído muchas veces aquello de que el mar, el surf, se convierte en un estado mental, y misticismo aparte, quizá conviene aclarar que casi todo en la vida se puede llevar al extremo del "estado mental", teniendo en cuenta que, en realidad, lo que cuentan no son los hechos, sino nuestras percepciones de los mismos, la interpretación que nuestra mente teniendo en cuenta la información que le llega a través de los sentidos y en base a experiencias previas ya viviendas (o que creemos que ya hemos vivido, que en realidad, en un plano puramente mental, pueden no sólo confundirse, sino tener el mismo valor).
Hago una pausa para dar vueltas al café con la cucharilla, mientras sube el aroma que me deleita. Oh, joder!!! Qué rico.
Hace unos días iba trazando unas curvas en un sendero maravilloso. A ratos bajaba, ahora subía y me obligaba a ponerme de pie sobre los pedales. Aquí la dejo correr casi sin tocar el freno, allí me veo obligado a buscar algún apoyo en un casi inexistente peralte para no perder velocidad. A mi cabeza llega de repente el concepto del "flow", algo que a veces es tan difícil de conseguir... pero mucho más complicado es explicarlo. Sigo bombeando con brazos y piernas en unos montículos que aprovecho para impulsarme y dar algún mínimo saltito casi a ras de suelo. Pequeños detalles que surgen a veces. Y me paro, dejo la bici apoyada en cualquier árbol, y me alejo un poco para observar el paisaje, el bosque que los pinos no me dejan ver, pero que en mi mente se dibuja como algo fantástico y casi irreal, porque hacía sólo un par de horas estaba amarrado al duro banco, tecleando sin parar durante casi ocho horas.
Ha merecido la pena. Son las pequeñas cosas, pequeños detalles. El flow, el centaurismo del surf, la bici o la moto. El simplemente pararse un rato a respirar en silencio. Buscando la calma.
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