Un par de días de borrasca invernal, POR FIN, nos han permitido recibir este nuevo año con grandes sonrisas en nuestros rostros, como pueden ver en la siguiente toma pictográfica positivada:
Al fondo, Manu seguía disfrutando del viento, aunque ya iba siendo más flojo. Yo me salí cansado por la gran navegada, que nos tuvo metidos en el Atlántico hasta la puesta de sol.
También hubo momentos para los fallos, como éste que aquí ha quedado inmortalizado, donde podemos observar a Julitu torpeando:
¿Qué decir? Una pena que la cámara delantera del gayfón 4 tenga una resolución de mierda, similar a una gameboy ochentera, sobre todo en condiciones de escasa luminosidad...
Padre e hijo felices, y muy cansados |
Al día siguiente, la borrasca se recrudecía un poco, y en vez de navegar en el chiringuito del Matías, nos fuimos un poco más allá, en El Portil, porque las condiciones de marea baja en unión con el poco mar de fondo y vientos fuertes, convierten aquella zona en un verdadero parque de atracciones donde podemos encontrar de todo.
Por mi parte tuve una sesión con el twintip dedicado a dar saltos en el canal de la ría, y después me fui con Manu y el surfkite en busca de olas que, por supuesto, no defraudaron. Fue una tarde de gloria, hacía tiempo que no lo pasaba tan bien por estas playas a las que considero mi casa.
Ayer surgió el tema de qué spot era el que más me gustaba, y no supe realmente decantarme, pero El Portil tiene muchas papeletas por diversos motivos. Es un sitio un poco mágico, y la barra del Rompido tiene su punto salvaje. Para mi gusto, hubiera estado mejor la navegada si el viento hubiera sido más fuerte y constante... pero las borrascas son impredecibles, y es parte de su misterio. Es bonito navegar, nunca tienes las misma condiciones, y el mar y el entorno es tan cambiante y exigente a veces, que te envuelve y te engulle, y te haces uno con él.
Uy, me he puesto un poco místico. Perdón.
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