jueves, 8 de octubre de 2015

Otoño

Y llegó.
Inevitablemente. Implacable.
Y antes de que las tardes se acorten dramáticamente, estos primeros días de octubre nos están regalando unas experiencias increíbles.



Un sueño dentro de otro sueño. Así me sentía ayer cuando me deslizaba mar adentro sobre mi skim, arrastrado por una cometa que tuve frenar como pocas veces. El viento acompañó, y de qué manera. 
Como jinete con cuatro bridas para dominar a la bestia, era consciente de la suerte de poder disfrutar de esas especiales condiciones, casi como en una ensoñación.
Casi tuve que pellizcarme para comprobar que todo era real, y no producto de los deseos más íntimos. 


Llámenme freak si lo desean. Seguramente sí, lo soy. Cada uno hace las cosas a su manera, y mi manera es aprovechar al máximo con lo que tengo. 
Mi skim, que ha pasado una temporada un poco abandonado, ha vuelto con renovada lujuria a mis pies. Había olvidado sus cualidades, que son muchas y variadas, y he vuelto a recordar las sensaciones del deslizar más puro, un auténtico baile sobre las olas. El surf ha sido algo fantástico estos días, algo realmente especial, algo puro y real.

Y si se pone el sol... que se ponga. Sunset riding. Oh, maravilla.


En otras ocasiones más "diurnas", el remate perfecto es una buena y fresca birra. Ayer fue un colacao que me sentó como el perfecto reconstituyente y ayudó al cuerpo a entrar en calor. Mientras tanto, Lolo y yo observábamos el crisol entre anaranjado y violeta típico de los anocheres de nuestra costa, impresionados, felices, afortunados.


Lujo a nuestro alcance, una manera de cargar las pilas como cualquier otra, pero que para mí se ha convertido en una especie de religión. Adoro al Sol, adoro al agua, adoro al viento. Esos son mis dioses a los que venero, a los que cuido. La arena, los peces, arbustos, los amigos... forman un todo en cuyo seno me gusta estar, del que me alimento, gozo, me siento vivo.


Bola extra:
A Jose, que no sale en ninguna foto pero que estuvo allí, se le soltó un tornillo de su tabla, y tuvo que pedir amablemente a un extranjero un destornillador... sin saber que era el dueño de esta pieza-obra-de-arte. Aunque el amable señor abrió maletero y buscó y rebuscó, no halló herramienta alguna... Oh, ni Jose ni el poseedor de tamaña maravilla mecánica eran conocedores de uno de los dogmas del fabricante: un Rolls nunca se avería. Por tanto, ¿cómo iba a tener herramientas?


De esta guisa luce casi medio millón de euros en el chiringuito Der Matías. ¿Hay cosa más masmolable?

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