¿A quién no le ocurre?
Son momentos puntuales. Un día sucede, y te quedas extrañado. No sabes muy bien cómo ni porqué, pero ahí está.
Un rayo, un mero atisbo, como esa palabra que intentas recordar y no acaba de salir (lo tienes en la punta de la lengua, sí). Y después, tal y como llegó, se va sin dejar rastro.
Son ratos de claridad, unos segundos en los que lo comprendes, estás en todo lo que te rodea. Todo cuadra, y lo ves. Y al rato ya no. Así de simple.
Pero, ¿por qué?
Bueno, no soy sicólogo. No tengo una explicación para esto, que me ha pasado muchas veces. ¡Ojalá pudiera estar en un estado permanente de clarividencia! Pero no, al menos yo no puedo. ¿Será un don? Los dones se tienen o no se tienen. ¿Se podrá ejercitar? ¿Ejercitar qué? Bufff....
La causa y el efecto. Pero las cosas pasan, no todo tiene un significado. Hay gente que se empeña en buscar un significado a todo, y no, no se trata de eso, creo.
Desde tiempo immemorial, el ser humano ha tenido necesidad (una necesidad imperiosa) de justificarlo todo, enlazarlo en una cadena interminable de relación causa-efecto. El salto de actos contingentes innumerables, en la búsqueda de un original y único acto necesario, el primero. ¿Para qué? ¿Con qué objeto?
Considero tal un empeño inútil, y es penoso ver pasar ante mis ojos vidas enteras consagradas a la búsqueda de respuestas a preguntas que realmente no tienen que existir, que son mera creación de mentes torturadas que se obstinan en no aceptar. Hay que aceptar, y saber, aprender a reconocer. Pero eso es difícil.
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