El Sur de Portugal, el Algarve, se revela como un destino que puede ser paradisiaco en algunos aspectos, y descubro, con cada excursión hacia Poniente, que cada vez me gusta más a pesar del nefasto recuerdo que tuvo lugar por allí hace casi un quinquenio...
Pelillos a la mar.
En esta ocasión nos hemos quedado en algún punto entre Lagos y Sagres, una zona con playas abundantes, visitables, pero cuyas aguas están heladas. Los paisajes espectaculares se suceden, atravesar los pequeños pueblos que inundan sus carreteras secundarias siempre es un placer, degustar pescado fresco por módico precio, pasar la noche arropado con sábana e incluso colcha a finales de julio... son experiencias agradables que quedan en nuestra memoria y que desearemos repetir pronto.
Pero sobre todo, lo que más me ha gustado de este corto viaje ha sido la paz. La calma me ha inundado, y me doy cuenta de que cada vez lo hace más a menudo. Tomarse las cosas con tranquilidad, sin prisa, disfrutando del momento, se va convirtiendo en un leit motiv cuya práctica se ha vuelto cada vez más interesante. ¿De qué vale la prisa? La pausa incita a la reflexión, a la contemplación, y eso eleva el espíritu, enriquece incluso.
Intento que esos días ajetreados, esa sensación de perentoria necesidad de abarcarlo todo, la idea de que el tiempo (¿qué es el tiempo?), las ocasiones, se acaban rápidamente, que todo eso quede atrás. Lamento profundamente haber entrado en situaciones de ansiedad motivadas por la prisa y el ansia. Intento educarme, trato de comprender, y en esta labor autodidacta voy avanzando lentamente, aunque con éxito, creo.
¿Me hago mayor? Es más: ¿me hago viejo? Yo, que siempre he dicho que la viejitud es un estado de la mente... Bueno, no es senilidad precoz, espero, sino más bien un cambio en la forma de percibir la realidad. Un experimento de conducta. Veremos en qué acaba todo esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.