miércoles, 18 de marzo de 2015

adventure

Adventure.

Con este pretencioso nombre, las marcas de motos califican (curioso, calificar con un nombre, en vez de con un adjetivo) a sus modelos trail más emblemáticos.
No es mi moto uno de ellos, sin duda, por precio y otras características, pero lleva con nimios cambios desde 1994 en el mercado. Con gran éxito. Las cosas no son por casualidad, pienso.
A menudo queremos más, y no siempre por razones lógicas o cerebrales. El corazón manda, sobre todo en el apasionado mundo de las dos ruedas motorizadas, y es difícil resistirse al caballo grande, como dice el refranero.

Adventure, aventura. ¿Es aventura un viaje programado, con tracks memorizados en los GPS, incluso estudiados por avezados investigadores de mapas y expertos en Google Earth? ¿Aventura, con un coche 4x4 que nos puede respaldar? ¿Aventura verdadera, true adventure, con la seguridad que da el ir acompañado por cuatro avezados pilotos, por terrenos no tan alejados de la civilación, y sin salir de nuestro país de origen? Alojándonos en hotel concertado con semanas de antelación, comiendo en restaurantes, durmiendo lo necesario.
Quizá lo más cercano a la aventura para nuestras motos fue que durmieran en la calle, ¡oh, sacrilegio terrible! en una zona céntrica de Ronda, nuestro destino.


La verdad es que, acostumbrados a rápidas salidas de medio día (arrancar temprano para estar de vuelta a la hora de almorzar), cualquier cosa que supere las cinco o seis horas de ruta se convierte en algo excepcional, y desde ese punto de vista, el que ahora narro pasa a convertirse en un proyecto incierto con transcurrir de numerosas anécdotas y final inesperado. La expectación era máxima, y la noche antes, como suele ocurrir en estos trances, dormí poco y mal.
Ir de Huelva capital hasta la bella Ronda, enclavada junto al paraje natural Sierra de las Nieves, supone unos 280 km del modo en que lo hemos hecho, la mayor parte por pistas en mejor o peor estado, algún pequeño tramo técnico pero superable por nuestras máquinas y nivel de habilidad, y un poco de carretera. Al fin y al cabo, estas motos que no son las mejores en nada, cumplen sobradamente en la mayoría de los terrenos.

Un poco de autopista, otra ración corta de pinares, y pronto estábamos cruzando el Guadalquivir a su paso por Coria del Río. Nunca había pasado en la barcaza, que por 1’80 euros te deja en la orilla opuesta en menos que canta un gallo. Ni tiempo para un cigarrito, oiga.
A partir de ahí, anchas pistas propias de la zona, con abundante levantamiento de polvo, nos llevaron hasta El Coronil, donde aprovechamos para almorzar un serranito de lomo totalmente espectacular y un flamenquín no menos exageradamente rico. Por un precio módico tuvimos una jartá de condumio de calidad inesperada. Costó un poco de trabajo reiniciar la marcha, ahora ya acompañados de Enrique y su Landcruiser de gasolina.
Avanzamos sin tregua por la provincia sevillana, y pronto nos introducimos en la gaditana sin mayores problemas. Nos acercamos a terreno montañoso, y se nota. Algunos pasos enrevesados nos hacen disfrutar mucho, y la cosa se va retorciendo más y más conforme más nos acercamos al destino. Las horas pasan, la tarde avanza.
Un contratiempo con una de las motos nos retrasa bastante, pero son las cosas del directo: la falta de un apoyo hace que una 800GS vuelque estrepitosamente dentro de un reguero quedando boca arriba, como cucaracha recién pisada que aún mueve las patitas. Menos mal que el piloto no sufrió daños físicos, que eso es lo importante. Lo suyo costó sacar a la máquina de aquel entuerto, pero se logró entre todos. Cinco tíos tirando de aquí y empujando por allá fueron necesarios.
La noche se nos echaba encima, pero aún así no parábamos, antes al contrario. De repente, la ruta tomó un aspecto totalmente diferente y nuevo para mí: la noche todo lo cambia. Hay que extremar las precauciones, confiar un poco más en el que te precede, intuir, avivar los reflejos. Y ello con muchas horas de moto encima, un poco cansados ya, y un par de nosotros con las pilas del GPS gastadas.
En fin, sea como fuere, llegamos sanos y salvos a nuestro destino, muy felices y cubiertos de polvo.
En la minúscula celda del hotel logré hacer unos estiramientos, y tomé la ducha que mi cuerpo pedía. Ropa limpia y una cena agradable, coronada por un par de copas a modo de digestivo, fueron el final perfecto para un día increíble.
La segunda jornada fue un poco a lo que saliera. En principio íbamos a hacer una expedición por la Sierra de las Nieves, un paraje maravilloso, con vistas asombrosas. Pistas interminables llenas de curvas y más curvas, subidas y bajadas de impresión, terreno resbaladizo y polvoriento a ratos, y más duro, con piedras, lajas y tierra compactada en otras ocasiones. Más de dos horas para hacer 13 km, cuando llegamos al Castaño Santo, un árbol milenario. Con ese planteamiento, decidimos dar la vuelta y volver por donde vinimos e ir a almorzar a una venta en la que, como es costumbre, las risas, bromas, comentarios filosóficos al uso, críticas de motos, y en suma conversación animada, fue la tónica general.
La tarde transcurrió entre sitios muy chulos: la presa de Montejaque y alrededore, cercanías de la Cueva del Gato, algún que otro café, charlas en parajes bellos, fotos, envíos de podcast a compañeros ausentes… Una pasada, todo ello sin prisa ninguna y disfrutando totalmente del momento. El final de ese día fue muy tranqui, tiempo de sobra para descansar un poco, tomar unas birras y cenar en un italiano con chef uruguayo que nos supo a gloria.
El regreso se realizó por un track más al Norte que el de la ida, por pistas en su totalidad, al principio más reviradas, y después cada vez más rectas y abiertas conforme más nos acercábamos a Sevilla. Todo iba perfecto, a muy buen ritmo, tanto que nos planteábamos llegar a casa justo después de comer… hasta que ocurrió un imprevisto.
El típico pinchazo que te rompe los esquemas, echa a perder la media, acaba con la paciencia de alguno…
Bueno, no fue para tanto. Como digo, íbamos a un ritmo estupendo, con lo que el tiempo no fue problema. Entre todos aportamos algo, y al final conseguimos cambiar la cámara perjudicada.
De modo que seguimos ruta por carretera, para no tentar más a la suerte quedando tan poco para llegar, y se finalizó la ruta sin más contratiempos.


Volviendo al principio de la entrada, hago balance y resulta que mi “pequeña” Sertao ha pasado el examen con nota. Es posible que sí, que se pueda catalogar a esta motillo como una verdadera aventurera. Son muchos y conocidos los casos de solitarios riders que han atravesado el planeta a lomos de ese monocilíndrico con total seguridad y garantía.
¿Disfrutaría yo más con una moto diferente, más ligera? ¿Cómo evolucionaría mi conducción con un aparato más especializado, grande y potente? Muchas son las dudas que me rodean, motivadas quizá por mi ánimo constante de cambio, superación y disfrute.

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