Ni vuestro éxito ni vuestro fracaso; ni en las estrellas, ni en otra parte. Los resultados dependen de vosotros y de vuestra voluntad, nada más entra en juego, ni mucho menos la influencia de los astros o la conjunción de los planetas el día que estéis pez sobre vuestro examen más imortante.
Vuestra historia no está inscrita en ninguna parte -¿dónde lo estaría?, ¿en el cielo?, ¿en un lugar accesible solo a los médiums vía las líneas de la mano o la tirada de cartas?-, sino que depende de vuestra elaboración, de vuestra construcción, de vuestra decisión.
El porvenir se escribe, no está redactado todavía: haceos a esta idea, vuestro destino depende de vuestros proyectos y de la energía que ponéis en realizarlos. Quizá hoy más que nunca, donde, en Occidente al menos, la razón puede funcionar libremente sin temer la prisión o la hoguera, cuando la religión ha perdido gran parte de su poder de coacción y nocividad, los hombres y las mujeres se han entregado a la creencia en lo irracional en todas sus variantes: videncia y numerología, tarot y horóscopo, carta astral, posos del café y mesas giratorias, espíritus que se comunican y vida tras la muerte, fantasmas y espectros, extraterrestres y platillos volantes, a lo que se añaden las apariciones de la Virgen, los milagros, la resurrección de la carne, las predicciones de Nostradamus y, más aún, la creencia en la inmortalidad del alma, en la reencarnación y otras locuras irracionales. Por todas partes, se difunden y amplifican esas ficciones: los medios de comunicación de gran audiencia, prensa especializada o divulgativa, libros y colecciones editoriales.
Por lo demás, la mayor parte de vosotros cree seguramente en una u otra de esas opciones, incluso en todas... ¿No?
La permanencia de lo irracional se comprueba fácilmente. Desde el comienzo del pensamiento, antes de la filosofía propiamente dicha -siglo VI antes de Jesucristo, al menos en Europa occidental-, se cree en los mitos, que expresan un pensamiento mágico e irracional y están plagados de dioses que adquieren la forma de animales, de bestias que copulan con humanos engendrando posibles criaturas -el centauro, por ejemplo, mezcla de caballo y hombre, o el Minotauro, cabeza de toro sobre cuerpo de hombre-, de nacimientos que tienen lugar por la pierna -preguntad a Júpiter-, de herreros que trabajan en el epicentro de los volcanes -ved a Vulcano-, una mujer escondida en una becerra de madera para ser fecundada por un toro -así, Pasífae que da nacimiento al Minotauro-, esperma transformado en espuma sobre las olas, etc.
La mitología forma el pensamiento primitivo y las religiones se apoyan en este pensamiento irracional: ¿cómo, si no, comprender el cristianismo cuando presenta a una mujer engendrando a un niño sin la ayuda de un padre, un hombre que trasforma el agua en vino, multiplica los peces, camina sobre el agua, resucita a los muertos y se aplica la receta a él mismo, tres días después de haber sido torturado y crucificado?
En la mitología y la religión, la prueba no sirve de nada, la deducción tampoco, no más el uso de la razón, la reflexión, el análisis o el espíritu crítico. Ninguna necesidad de pensar, de hacer funcionar la inteligencia: creer basta; después, obedecer. La adhesión se solicita, cuando no se fuerza a ella, pues la comprensión no es de ninguna utilidad. De lo irracional se valen con frecuencia los individuos retorcidos y decididos a guiar a los hombres y a mantenerlos en un estado de sujeción.
Tengo miedo, luego existo...
¿De qué lógica procede lo irracional? Del miedo al vacío intelectual, de la angustia ante la evidencia difícilmente aceptable, de la incapacidad de los hombres para asumir su ignorancia y la limitación de sus facultades, entre ellas la razón. Donde pueden decir «no sé» o «ignoro por qué», «no comprendo », inventan historias y creen en ellas. Para no tener que transigir con un cierto número de evidencias, con las cuales, sin embargo, hay que contar (la vida es corta; pronto vamos a morir incluso si es hasta los cien años, es corta frente a la eternidad de la nada de la que venimos y hacia la que vamos...; tenemos poco o ningún poder sobre el desarrollo de esta breve existencia; después de la muerte no hay nada más que descomposición, y no una vida bajo distinta forma, etc.-) los hombres inventan ficciones y les piden auxilio.
Lo irracional colma las brechas que la razón abre al destruir ilusiones. Incapaces de vivir únicamente según lo real racional, los humanos construyen un mundo completamente irracional más fácil de habitar al estar provisto de creencias que procuran una aparente paz con uno mismo.
¿El rayo cae sobre un árbol? Un hombre de la Antigüedad grecorromana no sabe por qué, e inventa un dios malvado, vengador, al tanto de las corrupción humana, que utiliza el rayo para corregir a sus semejantes. Zeus y sus relámpagos, he aquí la razón de la tormenta griega o romana. Más tarde, el mismo rayo percibido por un hombre del siglo XX, un poco al corriente de la física moderna, se convierte en la resultante de un intercambio de polaridad entre nubes cargadas de electricidad y el sol. La huella del movimiento de la energía en un arco eléctrico, he aquí la razón del rayo.
Razón antigua y mitología contra razón moderna y científica: lo irracional de ayer se convierte en lo racional de mañana y cesa de inquietar, de dar miedo. Lo irracional es lo que todavía no es racional, ya sea para un individuo, ya sea para una época o una cultura, y no lo que no lo será nunca. Lo que hoy escapa a la comprensión conduce a los hombres a lanzar hipótesis extraídas de las fuentes de lo irracional, donde no existen límites: se puede recurrir a la imaginación más desbocada, a las ideas más peregrinas, con tal de que se tenga la eficaz ilusión de hacer retroceder la ignorancia.
Desde el momento en que el problema ya no se plantea, tras el descubrimiento de la solución gracias a la razón, la creencia se abandona y va a parar al museo de falsas ideas que hasta hace poco se creían verdaderas.
En cambio, sobre ciertas cuestiones imposibles de resolver con el progreso de la ciencia, de la investigación, de la técnica, lo irracional reina como dueño durante largo tiempo. Así, ante cuestiones metafísicas -etimológicamente, aquellas que se plantean después de la física-: ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, para decirlo con expresiones cotidianas, dicho de otro modo: ¿por qué tenemos que morir?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿por qué disponemos de tan poco poder sobre nuestra existencia?, ¿a qué puede parecerse el porvenir?, ¿qué sentido dar a la existencia?, en efecto: ser mortal, no sobrevivir, sufrir determinaciones, no escapar a la necesidad, estar confinado a este planeta, son algunos de los motivos que hacen funcionar el motor irracional a toda máquina.
Todas las prácticas irracionales pretenden dar respuesta a esos problemas angustiosos: la existencia de espíritus inmortales que se mueven en un mundo donde se los podría interrogar con la ayuda de una mesa giratoria nos calma: la muerte no atañe más que al cuerpo, no al alma, que conoce la inmortalidad; la posibilidad de leer y predecir el porvenir con cifras, líneas de la mano, posos del café, una bola de cristal, cartas, fotos, nos apacigua: el porvenir ya está escrito en alguna parte, algunos -los médiums- pueden acceder a ese lugar y revelarme su contenido, no he de temer el buen o mal uso de mi libertad, de mi razón, de mi voluntad, lo que debe llegar llegará; la existencia de objetos volantes no identificados, por lo tanto, de planetas habitables, de una vida fuera del sistema planetario, de fuerzas misteriosas venidas de lo más recóndito de las galaxias, nos regocija: podemos creer que nuestra supervivencia en otra parte está asegurada por potencias que gobierna el cosmos y, por lo tanto, nuestra pequeña existencia, etc.
Lo irracional es un auxilio, sin duda, pero un auxilio puntual, porque no cumple sus promesas. En cambio, la razón puede ser igualmente socorrida, pero con más seguridad: principalmente, cuando se concentra sobre la destrucción de las ilusiones y creencias, las ficciones creadas por los hombres para consolarse con los ultramundos, los más allá inventados, que siempre dispensan de un buen vivir aquí y ahora.
La filosofía y el uso crítico de la razón permiten obtener otras soluciones, en este caso, certidumbres viables, y consuelos mucho más seguros: ante las mismas evidencias -la muerte, la limitación de los poderes humanos, la pequeñez del hombre ante la inmensidad del mundo, la angustia frente al destino-, la filosofía proporciona medios para dominar nuestro destino, para convertirnos en los actores de nuestra existencia, para liberarnos de miedos inútiles y paralizantes y no abandonarnos, atados de pies y manos, como niños, a los mitos de ayer u hoy. Dejad de mirar las estrellas, vuestro porvenir no está inscrito en ninguna parte: está por escribir y solo vosotros podéis ser los autores.
Esto es un extracto de un antiguo manual de filosofía de instituto que anda por casa. Pasados muchos años lo he vuelto a leer. El tiempo lo ha reforzado en mi mente, veo que es gran verdad, nada nuevo, y al mismo tiempo son cosas que nos intentaron inculcar pero que, viendo lo que veo a mi alrededor, a menudo me pregunto si mis vecinos, compañeros, conciudadanos, han visto las mismas cosas, han estudiado las mismas lecciones, han ido a los mismo colegios que yo...
Esto es un extracto de un antiguo manual de filosofía de instituto que anda por casa. Pasados muchos años lo he vuelto a leer. El tiempo lo ha reforzado en mi mente, veo que es gran verdad, nada nuevo, y al mismo tiempo son cosas que nos intentaron inculcar pero que, viendo lo que veo a mi alrededor, a menudo me pregunto si mis vecinos, compañeros, conciudadanos, han visto las mismas cosas, han estudiado las mismas lecciones, han ido a los mismo colegios que yo...