martes, 4 de noviembre de 2014

oh!

Un cielo tenebrosamente rojo y gris se cernía sobre mi cabeza. Eran ya las 18:30 horas, y tras el pernicioso y horrible cambio al horario de invierno (perpetrado por nuestro Gobierno para alegría de las energéticas), el final del día estaba llegando.
La borrasca anunciada había hecho acto de presencia, pero justo donde estábamos navegando habíamos tenido la suerte de no llover, tan sólo un leve chispeo, o eso noté yo.
Gruesas y oscuras nubes se acercaban y alejaban, giraban en su trayectoria jugando al despiste, y mientras tanto, el viento subía en intensidad.
La marea estaba en su punto más bajo, tan bajo que no recuerdo haber navegado nunca en el spot eléctrico (ya no lo podemos llamar secreto, pues ayer nos juntamos al menos diez, y les pude oir cómo comentaban algunos que iban a venir más a menudo al sitio) con tanta falta de profundidad. De hecho, tuve que pasar a pie por dirversos puntos para no dañar las quillas.
Una luz ténue y roja como nunca antes había visto, alumbraba levemente, como iba diciendo, las últimas olas que surfeé, acompañado por algunos mariscadores que buscaban coquinas. El viento impulsaba y daba potencia a mi cometa de nueve metros, a ratos unos 25 nudos, y al final de la tarde bajando a unos 15 ó 16. Me sorprendí a mí mismo pudiendo avanzar cómodamente con ese viento "flojo", incluso con la fuerte corriente en el canal del Portil.
Las olas no levantaban mucho, la verdad, de poco más de la rodilla hasta la cintura, pero fueron más que suficientes para encontrar un punto de disfrute tan grande, tan fantástico, que dos horas y media pasaron volando en el agua.
Un privilegio pasar tanto rato en el agua sin notar frío en esta época del año. Pensar que estamos en noviembre, y navegar hasta que se te echa la noche encima... es algo impresionante en un día como el de ayer.
Con un viento de componente suroeste, la mayoría de las olas venían bien formadas en los bajos del Portil, sitio idílico para la práctica del pandorgueo con tabla de surf.
Así, mientras todos, sin excepción, hacían un ir y venir de orilla a orilla en el canal, yo me salí a la parte exterior de las islitas que se forman con la bajamar, en busca de oleaje donde extasiarme hasta la casi levitación santateresiana, y vaya si lo conseguí.
Hace año y medio, Luiki, quien me introdujo en este maravilloso deporte-arte, ya me dijo que, después de navegar por medio mundo, había llegado a la conclusión de que en ese sitio, El Portil, había muchos días que nada teníamos que envidiar a Hawaii. Le miré como quien mira a un loco.
Hoy sé bien que el loco era yo.
Lo sé.
Y eso es fantástico. Luiki me ha demostrado ya en varias ocasiones que sabe tela. Gracias, Luiiiiiiii, por todo.
Una pena no tener fotos ni video del acontecimiento. Ni me acordé, ni tuve tiempo, ni tampoco es mi objetivo. Mi fin es disfrutar, y ayer disfruté del viento, del mar, de la compañía. De la vida.