Para llegar a ella, hay que pasar un peaje en forma de treinta y tantos km de autopista, cosa que me tomo con calma, con el control de crucero, escuchando buena música, y disfrutando de la velocidad moderada gracias a la descapotabilitud del aparato alemán a cuatro ruedas:
20º a las 8:30 de la mañana, todo un lujo típico de Septiembre |
De modo que entramos en faena. Disculpen que no les muestre fotos de las curvas de marras, ni mencione la localización de dicha vía maravillosa, lecho de fantásticas rutas sobre ruedas, paraíso de la gasolina, etc, etc.
Algunos ciclistas por aquí y por allá, nada importante, se les ve de lejos, o tuve suerte por verlos con antelación.
En un momento dado, paro a sacar esta toma, para regocijarme, en solaz y solitaria pasión, con la montaña que me rodea:
Me encantan esas carreteras de montaña, casi puertos, sin líneas pintadas que dividan los carriles. Un recorrido encantador con incontables curvas de todo tipo, que se retuerce más y más, se encaja entre cuasi-acantilados, y hace rebotar el sonido grave y rotundo, fuerte, de los seis cilindros apurando marchas cortas.
Delicioso.
Mejor no abusar de estas sensaciones, no conviene levantar la liebre. Los ciclistas, labriegos, cazadores y demás seres mojigatos en general, tienen miedo. El miedo lleva al odio, el odio a la ira, y la ira al lado oscuro. Mejor mantenerse en el lado "bueno", usando la cabeza, la prudencia y la templanza, para poder seguir contando y disfrutando de estas obras de la mente humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.