Eso es lo que se me vino a la cabeza cuando, anoche, comencé a degustar la fantástica, la maravillosa cena que puso el broche de oro a un gran día.
De todos es sabida mi afición a la buena mesa, yo, que he comido en sitios horribles, y de todo, en mi juventud más temprana... pero es cierto que uno evoluciona, y la evolución no tiene fin. O casi.
Tengo, además, la enorme suerte de que me acompaña en mi proyecto de vida una persona tan amante como yo, si no más, de la buena mesa. Solo que ella no se queda en el apartado pasivo del que, sentado cómodamente, espera a que le pongan todo por delante. No. Ella da un paso adelante, se mete en harina (literalmente), y ejecuta con maestría las más atrevidas recetas, algunas de su calenturienta y efectiva imaginación. Coge un poco de aquí, otro de allá; mezcla estilos, no se encasilla, y aunque tiene sus preferencias como todo el mundo, me deleita con verdaderos manjares dignos de estrellas de la guía Miguelín.
Anoche no fue una excepción. Para empezar me preparó un exótico tartar de atún, a cuya receta le añadió, con sabiduría e intuición, un poco de cebolla bien picadita. El resultado, con una mínima presentación:
Realmente exquisito, de verdad. Era el plato inicial perfecto para un día de calor y playa. Tranquilamente sentados en el patio de mi casa, rodeados de unas pocas plantas, y acompañados por un clarete denominación de origen Cigales, de la bodega Viña Rufina, por cortesía de mi amigo Jesús, de Dos Hermanas, la combinación era perfecta. Perfecta, repito.
Había sobrado un poco de atún, troceado y "aliñado" con salsa teriyaki... pero en vez de acometer la ingesta así, tal cual (que estaría bastante bueno), sugerí a la cheffesse que lo salteara un poco en la sartén, con poco o nada de aceite.
Dicho y hecho.
El resultado no pudo ser más satisfactorio:
Obsérvese el bajón que ha pegado el vino... |
Nos sentíamos transportados al cielo. Baco estaría celoso, sin duda.
Al final, como era claramente previsible, dimos buena cuenta del brebaje |
Joojojojojojoj
Pero ¿no pensarán que todo acaba aquí, no?
Ni mucho menos: un remate era necesario. Tras la sabrosísima y ligera comida, un postre que añadiera un poco de dulzor era ineludible. Y ella, conocedora de mis gustos y apetencias en todo momento, no pudo evitar ofrecerme un yogur griego con miel y nueces:
Pulgares arriba!!! |
Sólo espero no haber causado una envida insana. Y si la causé, pues peor para ustedes.