sábado, 21 de abril de 2012

Doñana, el lince, la subvención, el ecologista

¿Soy ecologista? Lo soy, pero lo he llevado, me temo, a un punto demasiado radical, que no quiere decir que no sea el correcto ni el incorrecto, ojo.
Esta tarde he realizado, por segunda vez, una visita al Coto de Doñana, transcurriendo en un minibus 4x4 por diversos carriles del Parque Nacional, Zona Protegida, lindes desprotegidas, Raya Real, El Rocío, y tal y cual.
En un momento dado, en lo que han dado en llamar "Centro de Visitantes" -que ni está en el centro, ni ná de ná, ni es punto de reunión, ni uno va por causa propia, sino que es llevado allí porque sí, con claro ánimo mercantilista-, un poco conmocionado por la observación de lo desolado del paraje por causa de la ausencia de lluvias este invierno -apenas hay aves, pocos animales en general, casi nada de agua-, estaba absorto en mis pensamientos sobre lo antinatural que me estaba resultando escuchar las explicaciones de la guía que nos acompañaba.
Prácticamente el único agua que hemos visto en la visita ha sido la marismilla que rodeaba al bar-restaurante (Centro de visitantes), y con el atardecer aproximándose se me ocurrió inmortalizar el momento para que nunca se me olvide que no debo volver allí:

¿Nunca más volver? Bueno, no se debe decir "de este agua no beberé", es cierto, pero he llegado a tal punto de indignación que al final he tenido que interpelar a Rosario, la guía, cuando quería defender lo indefendible.
Ay, el lince, ese bello felino. ¿Qué culpa tiene él de las cosas que en su nombre se hacen? Por su bien, por su futuro, por su desarrollo, por su permanencia en un mundo hostil empeñado en extinguirle.
Puta mentira todo ello.
Al final, la chavala -aunque cuarentona-, tuvo que guardar silencio después de ratificar que sí, que el lince es un medio de vida para mucha gente -entre ellos ella misma, claro, por supuesto, de ahí su defensa acérrima del sistema de subvenciones que rodea a este animal-, y no un fin en sí mismo. Y si hay que conculcar las más básicas y elementales normas de la naturaleza, de la jerarquía animal, del transcurrir lógico de un ecosistema en el tiempo y en el espacio -y no es coña, eh-, si hay que vulnerar a la mismísima Gea, si hay que construir un mundo nuevo e ideal -sólo para el lince, claro, a los demás que les den-, pues se hace tranquilamente. No pasa nada.
Y las pasarelas, ay. Dos pasarelas para que cruce el lince la carretera, a 600.000 € cada una -seiscientos mil euros, cien millones de pesetas-, que yendo desde Huelva he tenido que pasar debajo de ellas, a la ida y a la vuelta, joder, un millón doscientos mil euros para que un lince cruce una carretera sin ser atropellado -que luego y a la postre, el lince lógicamente va a cruzar por donde le salga de los bigotes, está claro-. Es que se me llevan los demonios.
Vaya, lo voy a dejar aquí.

Una pena, en serio.

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