Y es que el asunto se ha vuelto recurrente. No tiene nada que ver con los ERE de la Junta de Andalucía, ni tampoco con el reciente caso de INVERCARIA. Ni siquiera conozco a la jueza Alaya -qué más quisiera yo...-.
No, lo mío es más terrenal, es más lo que veo y capto por experiencia propia. Ya traté, de soslayo, hace algunos días, el espinoso asunto de las subvenciones. Espinoso por injusto y por inmoral, como todo lo injusto, claro. Esa especie de caridad legal y oficial, ejercida por capitostes políticos, vamos, por politicuchos de tres al cuarto especializados en favorecer a amistades, familiares, o desconocidos a los que poder reclamarles la devolución del favor en el futuro... joder, yo es que me pongo malo.
Voy a lo personal, y trataré de no dar nombres para no ofender, porque encima habrá quien se ofenda.
Coincidí en un almuerzo de fin de semana con el Alcalde cierta localidad onubense, quien me dio la idea de montar un negocio con buena pinta en su término municipal. La verdad es que me ha llamado la atención porque le veo posibilidades al asunto, pero el tema es que, para animarme más, y pensando que me iba a dar la puntilla final para decidirme, me comenta que me subvenciona al 35% -sí, increíble, el 35%- de la obra que hace falta para ponerlo en marcha.
O sea, a ver, que quiero saber si yo me he enterado bien: me cuesta el tema 120.000 lereles, y usted me quiere dar una subvención del 35%, más o menos 42.000 €. Ostia puta. ¿Y eso? Si yo tengo financiación asegura por mi posición personal en el mercado bancario, ¿para qué voy a echar mano de eso? No me hace falta, le contesto, yo lo monto pero sin subvención ni ayuda de ningún tipo, o no económica al menos.
Joder, joder, joderrrrr, no me hagas eso, hombre, que eso está aprobado...
Le contesto que guarde el dinero para otra cosa, para mejorar el centro de salud o para construirlo si no lo hay, para una biblioteca, para el puesto de la Guardia Civil -aunque no se lo merezcan, pero allá ellos-, en fin, para algo más perentorio. Al fin y al cabo, mi negocio sería mi negocio, y los beneficios para mí, y no quiero tener nada que ver con ninguna Administración.
Jo, tío, pero si es que el dinero viene de la UE y todo. Y a mí qué, le digo, no es problema mío.
O sea, que deduzco que si alguien rechaza una subvención, resulta ser un problema cojonudo. Vaya, vaya. Pues estamos bien. Y claro, como hay subvenciones para cualquier gilipollez, pues así nos va.
En la misma comida, una amiga mía me comenta que están pasando mucho frío, que la culpa es de las ventanas que tienen cristal sencillo, y que va a solicitar una subvención para cambiarlos a cristal doble, tipo Climalit, ya saben. Yo, claro, ojiplático total, casi le salto al cuello y le pego de ostias. Pero no, que es una tía, y además amiga mía -aunque estoy considerando seriamente mantener esa relación-. Pueden imaginarse todo lo que le tuve que decir...
Me contesta "coño, si es legal". Ya, le digo, seguramente algún hijo de puta lo inventó para apuntarse un tanto con imbéciles como tú -sí, soy capaz de hablar en esos términos con mis amistades, y quien no le guste, que no se ajunte más conmigo y punto, que la amistad no es obligatoria-. Yo no digo que sea ilegal, sino que no es moral, joder, que tú trabajas en un buen puesto, y tu marido también, y tienes un ático en el centro de la ciudad y segunda residencia en el campo...¿y ahora vas a pedir una subvención para cambiar unos cristales? Con la que está cayendo.
Qué gran verdad es esa de que la culpa la tenemos todos. No hacemos más que cargar las tintas en los bancos, o en los políticos, o en la vecina del quinto, pero no somos capaces de comprender que el dinero no se siega por las noches, que esto no es jauja.
ATPC.
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