Desde mi punto de vista de ateo convencido y practicante, todo lo relacionado con cualquier tipo de religión teísta me repugna, y más todavía las exhibiciones semanasanteras, navideñas, ramadanes, y similares.
No, no me importa si alguno de mis escasos seguidores se pueden ofender, para nada. Es su problema. Yo tengo muy claras mis ideas, y el porqué de ellas.
Pero mi limitador es todo lo contrario, profunda creyente, incluso de misa dominical, y quiere educar a mis retoños en la fe cristiana. No en vano, ya se han disfrazado, perdón, vestido de nazareno en algunas ocasiones, y el mayor va a proceder dentro de poco a tomar la primera comunión -ahora la primera eucaristía-. Antes de ello, hay que confesarse por primera vez -ahora se llama reconciliación, qué bonito!-.
La confesión es algo horrible, es un modo atroz de control, una humillación, algo realmente contranatura. Lo peor.
Pues no sólo se hace un acto público de confesión cuasicomunitaria, que ha sido llevada a cabo en la capilla del colegio de los Maristas, donde estudian, sino que también me he visto presionado familiarmente para asistir.
Mi chico, al fondo, sentado a la vista de todos contando sus secretillos |
En fin, ojalá todos mis problemas y desgracias en la vida sean pasar un mal rato en una capilla, junto a mi limitador y mis hijos.
Amén.