Estooo, ejem, quería yo comentarle una cosilla, señor doctor: ¿puedo conducir?
Esta fue la primera de las muchas cuestiones que tuvo que resolver el cirujano en mi última visita de control traumatológico. Me fueron dando permiso para realizar ciertas actividades que tenía vetadas, bien por prescripción médica, bien por prohibición expresa del limitador y/o mis muy queridos padres.
Ese mismo día dejé la muleta aparcada junto al paragüero, en la entrada de casa. Dos semanas caminando sin ayuda externa y sigo cojeando, joder. Yo pensaba que esto iba a ir más rápido.
El viernes pasado me dijeron que dentro de quince días tendría mi cita con el médico rehabilitador, obligatoriamente "recomendado" por el cirujano, quien me hizo bajarme los pantalones, literalmente, para comprobar el grado de atrofia muscular en la pierna afectada.
De rápido nada de nada. Es cierto que me canso menos, la verdad, pero la cojera sigue ahí. Me obligo a realizar los movimientos conscientemente, tensando los músculos apropiados para no caer en el vicio de lo fácil y no doloroso. Pero los tendones y los músculos tienen su límite.
Por ejemplo, hoy me he tenido que quedar con los niños por la mañana y no pude salir a montar en bici como había planeado en un principio, de modo que he subido y bajado las escaleras de mi casa varias veces, controlando que no meto la rodilla hacia el interior, tensando los gemelos, sin tirones bruscos. Cada vez que subía y bajaba, hacía una serie de repeticiones para los gemelos. Bien, en principio, claro. Cuando me levanté de la mesa después de comer me he cagao en su puta madre. En silencio, que los que me rodean no tienen que participar ni ser condescendientes. No me ha apetecido ni tomarme una copita a modo de digestivo, sólo un café para animarme.
Pero no todo va a ser doloroso y triste. El domingo por la mañana cogí mi destechable y me di una vuelta por parte de la provincia. Comprobé mi pésimo estado de forma y lo fácil y rápido que uno olvida las curvas cuando no se practica. Paré en San Bartolomé de la Torre para desayunar, como era mi costumbre, en La Parada, y después comprar pan de pueblo, pero todo fue en vano: con la emoción por conducir libremente y la prisa por salir y aprovechar la mañana temprana -que hay menos tráfico-, me dejé en casa el monedero y la cartera. Desastroso. Menos mal que tenía gasola de sobra.
En fin, espero poder contar pronto historietas más agradables y arrancarles alguna sonrisa.
Afectuosamente suyo,
Trompetas del Infierno.
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