Bien, supongo que recoradarán el episodio de la decepción. Pues después de mi tuneo personal, ayer fui a visitar al relojero.
El tipo se ha quedado blanco. Hay que ver la cara dura que pueden gastar algunos, pero hoy me lo ha puesto a huevo:
yo: buenas tardes, ¿se acuerda de mí?
relojero: sí, sí, claro.
yo: pues mire, ¿qué le parece? -enseñándole el reloj-
Les recuerdo en este punto que él me aseguró que el dial no servía, que era muy pequeño y las patillas no coincidían, y eso aunque confesó que no había siquiera abierto el reloj para comprobarlo. Sigo:
él: Ah, ¿consiguió usted la esfera adecuada, por lo que veo?
yo: No, no, es la misma, y la aguja es nueva también.
él: No es posible, era demasiado pequeña, te dará problemas, ya verás.
yo: Lo dudo, ha sido fabricada expresamente para este reloj, como le dije en su día. Lo he montado yo. Compré un extractor y unas pinzas antimagnéticas, y lo hice ayer por la tarde en casa -y añadí, y ahora viene lo bueno:- y eso que no soy un profesional...
El tipo, que no es zorro, captó la ironía, y empezó a mosquearse:
él: pues ea, ya puedes empezar a cobrar por hacer esas modificaciones...
yo: no, no, yo no cobro por esto. Es usted el profesional de la relojería.
En ese punto, y como entraban otros clientes -pobrecitos- me ignoró totalmente y los atendió sin volver a dirigirme la palabra.
Ya saben, si conocen a alguien en Huelva, no se les ocurra mandarle al único taller de relojería de la ciudad, sito en calle Rascón, número 16. No tiene nombre, simplemente dice un cartel "Taller de Relojería", y abre y cierra cuando le sale de los mismísimos, encima.
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