Hoy he acompañado a mi buen amigo Joseantonio a Sevilla, pero hemos ido en mi coche, más que nada porque lleva mes y medio parado y, al igual que los músculos que no se usan se atrofian, las máquinas se estropean.
Diré aquí y ahora que yo mismo o he conducido un ratillo, por sentirme vivo, por sentirme dirigir algo. Ya ven con qué poco me contento últimamente, pero me reconforta sentarme a los mandos y notar como el artefacto responde a mis órdenes.
Destino del viaje: Desmosevilla, que es el concesionario Ducati más cercano.
Eso, para que nos entendamos, es como llevar a un ludópata a Las Vegas, y no a casarse precisamente!!
Pero me he mantenido fuerte, frío, paciente, incluso amable y hasta simpático. Un sitio como aquél, con tanta belleza mecánica repartida por cada uno de sus rincones, es digno de visitar por cualquier amante de la velocidad, de las motos, de la belleza como concepto, en resumen: de la vida. Uno no puede permanecer impasible cuando se planta con las muletas en medio de tal colección de flores llenas de tecnología, ideas geniales, ingeniería hábilmente aplicada...
Es obvio que mi paja mental puede retroalimentarse hasta el infinito y más allá, pero, oh amigos, ¿quién no se descubre ante obras maestras de tal calibre?
Hay muchos fabricantes de coches deportivos, más o menos minoritarios, incluso artesanales. Sí, algunos son muy buenos, otros tremendamente eficaces en conducción realmente deportiva. Abundan en algunas ciudades, la verdad, e incluso yo me pregunto porqué hay tantos deportivos radicales en la calle, fuera de su ámbito natural -que es el circuito, o la retorcida carretera de montaña-. Da igual cuestionarse ahora tales menudencias -el gato es mío y me lo follo cuando quiero, te puede contestar el carroza a los mandos del Lambo Murciélago que se pasea por Huelva todos los domingos-. Pero una cosa es innegable, y es que todos, grandes, pequeños, mujeres, hombres, niños, ancianos, aficionados al motor y jugadores de ajedrez y brisca, todos ellos sienten algo cuanto ven pasar un Ferrari, sea cual sea el modelo. Un Ferrari será caro, poco fiable, de macarra de discoteca, de traficante, sí, sí, lo que usted quiera. Pero todo el mundo reconoce a un Ferrari cuando lo ve, y siente respeto y emoción por la obra bella y bien hecha.
Una Ducati igual. Se distingue desde cientos de metros de distancia, y no sólo por su color rojo. Su sonido es especial, hasta su tacto es diferente.
A continuación hemos cruzado la calle, a la acera de enfrente, en serio, y hemos entrado en el concesionario Triumph, donde se constata, una vez más, que las comparaciones son odiosas. No diré más sobre esta rancia marca.
Y ahora, para terminar, os pongo una foto de Hans, haciendo una de las cosas que más me gustan, y el tío lo hace hasta con estilo:
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