Ya saben que ahora nado. O sea, no es que viva en una pecera, no. Quiero decir que voy dos o tres veces a la semana a la piscina del barrio, perteneciente a un gim un poco pija, dentro de lo pija que pueda ser algo en Huelva, que eso tiene su tela.
Consideraciones sociales aparte, a la hora que suelo ir coincide con una clase de aquagim, o aquafitness, o aqualoquesea en una piscina más pequeña, llena de señoras de edad más o menos avanzada. Tengo que estar espabilado para no llegar más tarde de la hora de finalización de dicha clase, porque a renglón seguido invaden, como hormigas al mantel de picnic, la piscina grande que yo uso.
Sí, la invaden, pero no para nadar, no, sino para reunirse dentro del agua, en cualquier esquina, haciendo grupitos mientras dan pequeños saltitos estabilizándose con los brazos para no ahogarse -y eso que no cubre-. No quiero pensar lo que hacen ahí, y cualquier día les voy a recordar que hay urinarios en los vestuarios...
En fin, es lo que hay. Yo llego a mi hora, y punto. Me pongo la indumentaria natatoria, incluido el preceptivo gorrito y unas gafas en las que no entra agua, pero que se empañan en cero coma. Luego, salgo con cuidado, con mis muletas, acompañado de mi limitador que me espera fuera del vestuario, y me dirijo a una ducha que hay junto al borde de la piscina. Ahí tengo que ir con muchísimo cuidado, porque está todo empapado, y ya me han resbalado las muletas varias veces, conque pasitos cortitos y mucha atención. Ducha y a sentarse en una silla hidráulica, que es un elemento tecnológico que me ayuda a introducirme en el líquido elemento. Pedazo de invento. Sin él podría zambullirme, la verdad, pero la tarea de salir del agua sería harto dura, sin duda.
Hoy no he nadado mucho, porque el último día me encontré a gusto y me puse a hacer largo tras largo tras largo... y he estado todo el finde jodido, teniendo que tomar analgésicos para dormir. Conque hoy ha tocado sesión light, y todo ha ido bien. No he nadado ni veinte minutos, menuda mierda. Pero el cuerpo se tiene que adaptar, y los músculos atrofiados que hacía dos meses y medio que no tiraba de ellos, tienen que despertar poco a poco. En ese caso no hay agujetas, no, hay directamente dolor.
Llega el momento de salir del agua, coincidente con la avalancha de señoronas del aqualoquesea, como enjambre de mosconas -todas con el mismo tipo de bañador de color muy oscuro, así se creen más delgadas y estilizadas, pobres-. Y no pudiendo ser de otro modo, empieza el espectáculo. Había una tomando el fresco justo debajo de la silla hidráulica, y mi limitador le ha tenido que rogar que se apartara. Cuatro veces. Sí. Demasiada paciencia no es buena, la verdad, y a la segunda ya habría que haber accionado la silla para que hundiera bajo el agua a la moscona, que iba con flotador y todo. Lamentable.
Cuando han visto que me acercaba y me subía a la silla, enseguida me he visto rodeado por el enjambre, como si de una atracción de feria o un actor famoso se tratara. Y yo saliendo del agua mecánicamente mientras algunas, lo juro, tenían la boca abierta de asombro!!!
Incluso han seguido investigando, mirando, cotilleando, mientras me he duchado, y me he alejado muy lentamente, a pasitos ridículamente cortos, hacia los vestuarios.
Les he dado algo especial, algo nuevo, algún motivo de distracción. Ello es bueno, y al contrario que mi limitador -quien se ha enfadado por la actitud acatetada de sus congéneres-, me siento feliz y mi karma se regocija en ello.
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