sábado, 21 de mayo de 2011
American toys
Esto que ven ustedes es mi terminal portátil, mi celular, mi aifón. Se ha convertido en una herramienta amiga, no imprescindible, pero sí parte de mi día a día.
Y, efectivamente, como dice el comercial televisivo, "se tiene, o no se tiene". Y punto.
Como todo, pues tiene sus detractores, y lo entiendo perfectamente, más que nada porque no todo el mundo está preparado para acoger, comprender, compartir y propagar la excelencia de ciertos productos que a menudo nos rodean.
Allá ellos.
A mí me encanta, y eso que nunca fui un tecnoposeído. Pero una vez que tuve un aifón en mis manos, me enamoró directamente. Nada de ese tacto plasticoso de la competencia. Nada de esa natural sensación de falta de calidad de los aparatejos electrónicos demasiado ligeros. Nada de la escasa calidad de materiales habitual en el ramo. De eso, nada, oigan.
El aifón es una obra de arte electrónica que ha abierto muchas puertas a dimensiones desconocidas por el vulgo populacho, y aunque en un principio fuera un algo inalcanzable para la mayoría, hoy, sinceramente, quien no tiene un aifón es porque no quiere. El mío me costó 19 ecus. Ridículo. En serio.
Y uno queda prendado enseguida con la limpieza del diseño, con el reborde en metal auténtico, con el tacto de los botones, con la calidad de su pantalla "Retina", con su velocidad de navegación, con las miles de aplicaciones que puedes insertarle, con lo fácil que es de manejar.
Joder, es guay, coño.
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