Y yo sigo pasandolo genial mis martes por la noche, con un ron + zumo o un Martini, algun sandwich o pieza de fruta fresca, un par de onzas de chocolate, y 40 minutos en los que olvido qué estoy haciendo, dónde estoy ahora, porque pertenezco a este mundo, y si existe una razón por la que hago lo que estoy haciendo.
Yo era superfan de LOST hasta que empezó a verlo todo el mundo. Dejé de sentirme especial y para solucionarlo dejó de gustarme. Desde entonces la sigo pero opino que es una bazofia porque no cumple mis espectativas. Me vuelvo a sentir especial de nuevo.
A todos nos ha pasado eso alguna vez. Todos queremos sentirnos especiales, no realmente serlo, sino sentir que lo somos aún sin serlo realmente. Por eso intentamos aferrarnos a esas pequeñas cosas que nos proporcionan tal sensación. Aunque sea algo subjetivo, aunque nadie más lo aprecie, simplemente para nosotros es suficiente.
Yo antes era un acérrimo defensor de las motos Ducati. Eso fue hace ya varios años, cuando ni siquiera participaba en el Mundial de Velocidad, cuando simplemente nombrar a la casa de Bolonia hacía rememorar los tristes episodios de poca fiabilidad y muchos quebraderos de cabeza de Mototrans y los bodrios que se vendieron por aquí en la época del totalitarismo proteccionista anti importación de productos extranjeros. La Monster me enamoró, todavía me gusta mucho. Y me introdujo en el mundo del desmo.
Más tarde, las motos rojas se popularizaron, en medio de una bonanza crediticia sin igual en la historia conocida del hombre, lo que tuvo como consecuencia el acceso de miles y miles de jovenes ignorantes, necios y zafios a los mandos de gloriosas y fantásticas máquinas rugientes usadas, sobre todo, para pasear y exhibirse en los locales de moda. Supongo que a Ferrari, Porsche o Lamborghini les ocurrió lo mismo, a otra escala.
Perdí el interés por el producto, para mí dejó de ser algo especial tener una Ducati. Estuve casi cuatro años sin montar en moto, sin moto, simplemente pedaleando en mis bicis de montaña, dando algún paseo con mi descapotable por esas carreteras que conozco como la palma de mi mano de tanto arrastrar la rodilla por ellas.
Un día, un amigo me dijo "vamos a acercarnos al concesionario, a ver la nueva 1098 de cerca". Le acompañé. Llegué, ví y lloré. Mi amigo me vio allí, en cuclillas, mientras tocaba sutilmente el basculante glorioso y fantástico de una de aquellas superbikes, sin poder contener mi emoción.
Fue la primera y hasta ahora única vez que me he emocionado de esa manera ante algo material, a pesar de que una moto fabricada y diseñada con ese cariño y entusiasmo va más allá de lo que meramente denominamos "cosa".
No puedo renunciar a eso. No a Ducati. No a la emoción.
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