martes, 2 de febrero de 2010

¡Divertido!



Es la primera palabra, y prácticamente la única, que se me viene a la cabeza cuando alguien me pregunta qué me parece el serie 1 de BMW. Sólo he podido conducir el modelo alimentado por esa cosa que se utiliza para las calderas, turbocomprimido hasta extraer unos 163 cv de un motor de dos litros de cilindrada. Joder, empezaron por 150, después 163, y siguieron escalando por 177 hasta los actuales 203 que ofrece el 123d.


El coche es de un muy amigo mío, y salvo su elevado consumo -que no baja de unos 8 litros, pero es que le pesa mucho el pié- y un interruptor de ventanilla que se quedó atascado, no ha dado ningún problema en aproximadamente 60.000 km, borrando de un plumazo la negra leyenda de turbos rotos en estos motores que persigue a BMW desde hace unos años que salió a la venta el primer 320d. El utilitario testado es un cinco puertas en color blanco, con "radio profesional" y bola de remolque como únicos extras, que suponen un sobrecoste de unos 1.000 lereles -toma ya-, siendo el precio total PVP del vehículo la nada despreciable cantidad de 32.500. Es un precio a tener en cuenta -por su exceso, obviamente-. Por el mismo precio te puedes comprar un Golf Tdi absolutamente equipado -incluyendo xenón, cuero y DSG-, y aún te sobra dinero para pagar un año o dos de seguro a todo riesgo. Pero no obtendrías tanta diversión como en el pequeño BMW.
Más feo que Picio, oiga.

Para dejarlo a mi gusto, habría que sumarle xenón, sensores de aparcamiento, paquete M -por el volante y los asiento, principalmente-, y otra pintura, lo que supondría añadirle unos cinco o seis mil euros más, como mínimo. Todo eso para tener un petrolero de la gama más baja de BMW... Desde luego, que no cuenten conmigo, pues aunque soy un gran fan de los coches de propulsión trasera, me iría antes a por un Golf GTI o incluso, sin salir de la misma casa, a un Mini Cooper S, que es infinitamente más bonito e ideal de la muerte.

Pero me estoy yendo por las ramas hablando del principal defecto de este 120d, que por si no ha quedado claro es muy caro. Exteriormente, su estética es, cuando menos, discutible. Es un coche que a fuerza de verlo uno se acaba acostumbrando, tanto que no llama en absoluto la atención ni siquiera aunque le montemos unas llantas espectaculares BBS o le acoplemos el kit estético M en un color de la gama "individual" -atención, preparen la chequera-. Es un trozo de metal sin alma, sin fuerza, sin vigor; su diseño no transmite absolutamente nada que no sea la mayor de las indiferencias, incluso un poco de asco. Uno ha llegado hasta el hastío de ver chavalitas solteras mileuristas a bordo de estos aparatos, o bien, canis veinteañeros venidos a más que se gastan el 80% de su escueto sueldo de albañil en lucir palmito a bordo de uno de estos feos coleópteros con ruedas. Porque, sí, el Serie Uno me recuerda más a un escarabajo que el propio escarabajo -antiguo o nuevo, qué más da-. Su frontal pierde la garra deportiva de todo BMW, sobre todo la del bonito E92, por hacer un giro hacia abajo en su imagen lateral de los faros. El coche pretende estar mosqueado, pretende que le dejes paso en la autopista, pero sólo consigue que te apiades de él en vez de temerle.
Las llantas de serie de 15" son aburridas, e indignas de cualquier BMW, sencillamente. El portón es un auténtico portón, por su tamaño, pero esconde un maletero ínfimo, al nivel volumétrico de un Ibiza más o menos. Su capacidad de carga es similar a la de mi SLK, es decir, justa para un viaje de fin de semana para dos personas. Olvídese de meter equipaje para cuatro, sillitas de bebés y cosas análogas. Un serie B -el dueño del 120d lo vendió y ahora tiene un B200cdi del que pronto escribiré por aquí- tiene ostensiblemente más capacidad de maletero, y un Golf también.
Nos introducimos y cerramos la puerta, con un sonoro clok. Eso está bien, porque odio los coches que suenan a lata de cocacola cuando cierras sus puertas. La postura de conducción es fácilmente configurable, y es un juego de niños sentirte a gusto a sus mandos. El asiento, aún sin ser los deportivos que se ofrecen en opción, es durito y sujeta bien, el volante tiene un tamaño ideal, y el diseño del cuadro, aunque mantiene la tendencia minimalista de Chris Bangle -ya despedido-, ofrece la información necesaria de forma clara y atractiva. La palanca de cambio está donde tiene que estar, tienes un sitio para apoyar el brazo derecho, nada estorba, nada está de más ni tampoco echas nada de menos. El salpicadero es muy de mi gusto, igual que el del serie tres E90, o sea, predominan las líneas horizontales y rectas, con aplicaciones en color metálico, y con dos o incluso tres tonos de color en su plástico, que aparenta buena calidad y ajuste. El coche, en definitiva, es acogedor para el conductor, que se encontrará como pez en el agua, y dispuesto a recorrer cuantos miles de km hagan falta sin desfallecer. Las plazas traseras son justitas, y sólo un par de personas adultas se encontrarán medianamente a gusto si no son muy altas.


BMW ha conseguido que te encuentres cómodo aquí, aunque es pequeñín.

Arrancamos, y el coche suena y vibra, es indudablemente un petrolero, pero uno de los buenos, porque acelera con poderío, sube rápido de vueltas y alcanza una buena velocidad en tiempos análogos al despegue en vertical de un Eurofighter. A ver, no es un Bugatti Veyron, pero se pone fácilmente a 220 de marcador, como yo mismo he podido comprobar, a la mínima que tengas un poco de espacio en la autopista. La dirección se siente muy viva, quizá demasiado, dando al coche una agilidad y un manejo espectacular, tanto, tanto, que yendo ligero por carretera no puedes soltar las manos porque te irás indefectiblemente a dar volteretas por el sembrado más próximo: mientras acelera furiosamente en un adelantamiento o en la salida de una curva, reza para que el firme no sea un poco irregular, porque la dirección se vuelve caprichosa, adquiere vida propia, y hay que llevarla bien sujeta. A ver, no es que sea algo de vida o muerte, pero no te relajes a sus mandos. Se ve que es un coche hecho para carreteras en perfecto estado o para autopista, donde el aplomo es magnífico y su potencia y velocidad punta acompañan perfectamente. No creo que hiciera el trayecto Huelva-Sevilla más rápido con el actual 123D de 203 cv, o con un 325 de gasolina, pero sí con un 130i. Fíjense a donde me he tenido que ir para hacer un trayecto más rápido: a un seis cilindros de gasolina de 265 cv. Y es que este BMW corre un montón, se las pela, sí. Además, la zaga acompaña, se mueve, la mueves a golpe de acelerador, y puedes jugar a ahuecar levantando un poco el pie si has entrado algo colado en una rotonda, obsequiándote con una pequeña derrapada que, si eres hábil y tienes el control de estabilidad desconectado podrás empalmar con una gloriosa cruzada acelerando en tercera. Yo lo he hecho, y la sensación es brutal tratándose de un dos litros alimentado por aceite pesado. No lo esperaba, ciertamente, porque la potencia es entregada de forma lineal, sin apenas turbo-lag, y en ausencia del golpe demoledor en medios de los tdi del grupo VAG que hace perder tracción y tiempo a los Leones, Golfos y Atreses.



Simplemente correcto, más que suficiente y perfectamente válido. ¿Exceso de plástico?


Se nota que el coche corre, lo he repetido varias veces, y en verdad, junto a la postura de conducción, es lo único que merece la pena de este auto. Por lo demás es muy carísimo, feo, anodino rayando en lo vulgar, y se ha convertido en el cajón de sastre donde todos los que no llegan a un serie tres caen sin remedio.

¿Merece la pena su compra? No para mí. ¿Se lo gorronearía a mi mujer si ella tuviera uno? Cada vez que pudiera.

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