Cuando en 2012, durante un viaje con amigos a Barcelona, me fue descubierta esta banda navarra, cuyo tema estrella de su último álbum (de 2011), Toro, me maravilló. Yo nunca fui seguidor de grupos de habla castellana, el pop español siempre me aburrió muchísimo, y del rock ¿qué decir? (rancio, obsoleto, carente de mensaje, lírica, emoción).
Pero El Columpio Asesino es diferente a cualquier otra cosa musicalmente hablando, e inmediatamente me convertí en seguidor, y casi fan. Durante años me fui empapando de su legado, de su estilo, de su técnica, y de cómo con unas voces que casi se pueden tildar de anodinas e incluso cacofónicas, junto con un estilo instrumental sin alardes ni complicaciones, pueden dar un resultado tan genial, tan único.
Y el verano de 2022 estuvieron tocando en las Fiestas Colombinas a 300 metro de mi propia casa y no me enteré... desastroso, un hecho que me produjo casi una depresión. Inmediatamente, pensando que andarían de gira, me puse a buscar entradas para Sevilla o Granada, pero repentinamente y sin avisar se suspendió esa gira. Nada se decía en las redes sociales de la causa. La congoja fue en mí, y la sensación de vacío por haber perdido aquella oportunidad única de poderlos ver tan cerquita, en Huelva, se convirtió en un agujero negro emocional que se alimentaba de sí mismo para crecer continuamente.
Y de pronto, el silencio desapareció, y se anunció una gira final de despedida: el grupo se disolvía. Y yo no podía dejar pasar esa nueva y última oportunidad, por lo que inmediatamente adquirí, y hablo del mes de marzo o abril, no recuerdo, un par de entradas para mi amigo Mariano y para mí, para la cita del 18 de noviembre en Sala Custom, Sevilla, a la que posteriormente se nos uniría mi Julio (que fue quien me los descubrió en aquel apartamento de Barna).
Como casi siempre pasa, cuando la banda tiene guitarras, el sonido gana en vivo. Un concierto muy bailongo, un sueño cumplido, me conformo con poco. Lo mejor fue el día completo que compartimos los tres desde el almuerzo.