Ya conté que esta temporada estoy de otro rollo con la moto verde, rutas distintas a lo que veníamos haciendo los últimos dos o tres años, que habíamos ido cogiendo unos derroteros más tipo hard trail, más duro.
A veces viene bien un cambio de aires, volver un poco a los inicios, buscar la esencia, aquello que hizo que volviera a la moto de campo: el simple transitar por caminos, buscar esos paisajes que te quitan el aliento, disfrutar de pasar un buen rato simplemente montando en moto en un ambiente sano y no tan peligroso como la carretera.
La idea era hacer una ruta que pasara por algunas antiguas minas de la provincia de Huelva, algunas abandonadas, otras en plena explotación actualmente, así que usando un track que tenía guardado de un paseo de 2018 que hicimos en grupo con mis compañeros habituales de entonces, y que yo sólo hice la mitad por circunstancias que no vienen ahora al caso, he podido completar un día increíble de buenas sensaciones.
Montar en solitario no me asusta ni me desagrada, y a veces viene bien. Es un poco moto-zen, podría decirse. Así empecé en esto, y vuelvo a mis orígenes.
Comenzaría cogiendo unas pistas fáciles, llamadas Tumbalejo, y tras perderme un rato para evitar una zona complicada y demasiado agreste, la del Manzanito, hasta llegar a Valverde del Camino. Allí cojo la antigua vía férrea de transporte de mineral que se dirige al Norte, hoy reconvertida en una peculiar vía verde en la que se permite el paso de vehículos a motor. Curioso cómo cuando hay voluntad es posible la convivencia.
Pasando junto a Zalamea la Real, siguiendo indicaciones del Camino de Santiago, Ruta de la Plata, alcanzo El Campillo, a cuya salida empieza un tramo chulo de pista con muchas curvas y subidas y bajadas. Al principio encuentro este cortafuegos que inmortalizo:
Esta zona fue quemada hace tres o cuatro años causando un gran desastre, lo recuerdo bien porque he pasado por aquí antes del pavoroso incendio, y justo después. Pero ahora el entorno es incluso más triste, pues ha tenido lugar una inmensa tala y parece todo un paisaje lunar y desangelado durante muchos kilómetros.
Llego al cauce del río Odiel, y cojo una pista que transcurre paralela al mismo, antaño rodeada de muchos árboles y vegetación, que te sumergían en un ambiente fresco y sombreado... hoy despojada de la protección del bosque que la enmarcaba. Una pena, pero supongo que la silvicultura tiene estas cosas. En pocos años volverá a ser frondoso y bonito. Este recorrido es muy bello, acercándonos y alejándonos al rojo río, cuyo colorido siempre llama la atención y nunca me canso de mirarlo.
No puedo aguantar la tentación, y finalmente, cuando llego al Puente de los Cinco Ojos, tomo una instantánea que muestra algo de lo que cuento:
Tras unos kilómetros inevitables por la N-435, pronto volvemos a tomar pista, recta y sin sorpresas, después más en la sierra y por tanto con algunas divertidas cuestas y curvas, hasta que llego a una de esas minas abandonadas, de la que parte otra vía férrea abandonada y desmantelada para la que se construyó este puente de la imagen:
Sí, el puente hay que atravesarlo, y tiene bastante altura. Una caída sería mortal, pero no hay más remedio que hacerse el valiente y cruzar, pues la alternativa es dar media vuelta y buscar un rodeo de 30 km...
Sin más complicación, pronto llegaría a Valdelamusa, mi destino para almorzar, coincidiendo más o menos con la mitad del recorrido.
El regreso sería por otras pistas que yo nunca había transitado hasta Calañas, parajes preciosos que no conocía y que me han impresionado por su espectacular belleza, aunque el reciente vallado de una inmensa finca que se ha sembrado de cítricos tras pasar La Zarza me obligó a tomar carretera hasta Calañas, provocando una sensación de coitus interruptus... La civilización se abre paso inexorablemente, la explotación de los recursos es algo de lo que el ser humano nunca se cansará.
A partir del pueblo mencionado, ya todo es conocido, aunque reconozco que hacía tres o cuatro años que no pasaba por la famosa pista que pasa por la Casa de los Cristales y llega hasta Fuente la Corcha, cruzando el río Odiel por una gran placa de hormigón regada por el paso del agua estéril en la que, en esta ocasión, se bañaban dos jóvenes adolescentes en bikini. Curioso.
El punto más picante de la ruta, y divertido también, fue el tramo de la aldea beata hasta Trigueros, salpicada de charcos traicioneros por su desconocida y enigmática profundidad. En uno de ellos creía que iba a hacer el submarino... pero logré salir airoso del trance. Ufff, faltó poco.
Llegué a casa tras la lavar la moto, cansado, y tras unas siete horas de conducción.
Pero lo necesitaba, quería algo así en estas vacaciones de Semana Santa, una vez frustrado mi proyecto de visitar los Picos de Europa por causas climatológicas.
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