Después de un par de temporadas adentrándonos en el hardtrail (o en-blando, ya me entienden), hay que sentarse, recapacitar, pensar en el futuro, las edades que gastamos y, porqué no, las motivaciones (o desmotivaciones), decidí tomármelo un poco más pausado, más tranquilo.
Se acabaron las salidas en grupo numeroso, harto ya de tragar polvo y de compartir desayunos, vivencias y algún que otro almuerzo con personas que, a la postre, resulta que incluso después de varios años compartiendo afición, no los veo como verdaderos amigos. No hay contacto más allá del grupo de wasap que sólo funcional cuando alguien quiere salir en moto, y después pasan semanas, meses, sin saber nada de nadie. Ojo, que yo hago igual con ellos, esto es una vía de ida y vuelta, así que no hay nada que recriminar, entiéndanme. Son varias personalidades muy diferentes, demasiado, con objetivos y querencias tan dispares que, la verdad, no sé cómo hemos durado tanto saliendo juntos.
Pero eso, como digo, se acabó. Mantengo contacto habitual con sólo dos, y tengo mucho cariño un tercero que para mí es alguien especial.
De modo que buscando algo más tranqui-trail, decido llegar a Pomarao, como porte de una ruta que tengo previsto realizar más adelante. Tras el proceso de consultar varios tracks en Wikiloc, y en mi personal biblioteca, amén de observar con detenimiento y trazar algo en Google Earth, llega el momento de rodar el trayecto usando la guía de mi viejuno aparato GPS, para descubrir, horrorizado, como numerosos caminos entre Cartaya y San Bartolomé de la Torre han desaparecido, sepultados bajo innumerables explotaciones de frutales de regadío, incluso plantas tan poco propias del terreno arenoso y casi desértico que rige por estos lares como el aguacate (sorprende ver un extenso campo de estos arbolillos con una ducha cada uno, todo ello sobre arena parecida a la de una playa). Así es imposible salvar los pantanos, y pronto aparece el miedo a la sequía. Eso sí que es delincuencia medioambiental, pero como es habitual, el lado político del medio ambiente, en este caso la Consejería correspondiente, las confederaciones hidrográficas, Ayuntamientos y todas aquellas entidades susceptibles de sacar tajada, la sacan y bien sacada, no me cabe la menor duda, y detrás de cada una de esas entidades públicas hay personas que las gobiernan y toman decisiones sin mirar más allá de los cuatro años que estarán ocupando un sillón.
Pena y asco.
Llego por fin a Pomarao, no sin tener que retroceder varias veces sobre mis rodadas, huir de varías jaurías de perros que me atacaban (debe haber robo de frutas por doquier, porque ahora todos los campos de cultivo está fuertemente vallados, tienen cámaras de vigilancia, alarmas y mastines con rabos y orejas cortados), enfurecidos salían por las puertas abiertas algunas de dichos campos. ¿Qué hubiera pasado si en vez de ir en moto, fuera paseando o en bici? Mejor no pensarlo...
Pomarao se ha convertido en un lugar de cita, aparcamiento y estancia vacacional para caravanistas de toda índole y nacionalidad. No me gusta el camperismo de estos sujetos, que no suelen dejar un duro en las poblaciones en las que se asientan, a veces durante semanas, aprovechándose de las instlaciones creadas para otros fines (aparcamiento). Son seres egoístas y pretendidamente autosuficientes, y nunca piensan en lo que afea una fila de enormes autocaravanas que dejan además un pestilente aroma fruto de no hacer las cosas correctamente.
Pena y asco.
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