No suelo tener averías, ni con la moto ni con la bici. Pero ya tocaba. Esta vez fue la Scalpel, después de nueve años, era hora de que alguna pieza dijera basta, aunque debo reconocer que en parte ha sido por culpa de una puesta a punto defectuosa: ajusté mal el tope del cambio (el tornillo L), y la cadena cayó por el lado de los radios en plena escalada de repecho campestre. Este hecho produjo el arrastre brutal de todo el cambio hacia atrás y arriba, que acabó con la rotura de la patilla que lo une al cuadro.
Ha cumplido su función, que es doblarse, o romper (como en esta ocasión), para salvaguardar la integridad del desviador trasero, pieza mucho más cara.
Inconvenientes: en primer lugar, que me quedé tirado. Menos mal que fue al inicio del tramo off-road, saliendo de Aljaraque y entrando en el pinar. Llamé al limitador y vino solícita y veloz a recogerme. Hay modos de volver a casa en estas circunstancias, pero no era necesario forzar la situación.
Me quedé como en coitus interruptus, pues me sentía con energía y ganas de campo, y en apenas 8 ó 9 km casi ni rompí a sudar.
En segundo lugar, ya no venden Cannondale en Huelva, tengo que buscarme la vida para obtener el repuesto. Sopesé las opciones, incluso comprobé que Leonardi hace una patilla especial para mi bici, común con otros modelos hasta el 2016, pero más robusta. Eso quizá no interesa, pues puede llevar, como he explicado más arriba, a provocar un desastre en el propio desviador, o incluso en la puntera del basculante. Mejor vuelvo al componente original. He encargado dos, llevaré una de repuesto en próximas rutas.
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