Ah, el bueno y simpático de Gary Fisher, con sus vestimentas excéntricas y sus anteojos imposibles.
Cuando se lanzaba cuesta abajo y prácticamente sin frenos hace cuarenta años por las colinas de California, creando, sin saberlo, el nacimiento de un nuevo deporte, alumbrando una revolución que fue más allá de la afición de un grupo de hippys alegres, felices, que se gastaban el poco dinero que tenían en arreglar sus velocípedos tras cada bajada. Fisher, como ya he comentado en entradas anteriores, se unió a Ritchey para fabricar cuadros de bicicleta de montaña, y después se separaron, cada uno por su lado haciendo lo mejor que sabía hacer cada uno.
A Fisher le debemos las ruedas de 29 pulgadas, la geometría "Genesis", y su evolución llamada "G2" (aumentar el reach y usar potencias más cortas), que hoy son un estándard, pero que él introdujo hace quince años. Un freak, un auténtico y verdadero outsider dentro y fuera del mundo de las dos ruedas. Le tocó vivir el momento exacto para vivir de su afición con arte y buen desempeño, pero también tuvo sus cuitas y peleas con las federaciones dominantes, como muchos que no quisieron pasar por ciertos aros, cosa que ocurre en todos los deportes en los que la defensa de los derechos de los practicantes y su protección y garantía del ejercicio del deporte debería ser lo primero: en sus tiempos jóvenes, Gary llevaba el pelo largo, y eso estaba mal visto según por quién y para qué, de modo que se le dio un ultimátum para que se lo cortara si quería seguir participando en competiciones ciclistas. Fiel a sus principios y sus señas de identidad, hizo caso omiso y, claro, fue descalificado y vetado en la competición. Ese era y es Gary Fisher.
Escribo esto tras toparme con imágenes de este bellezón de 1986:
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