Ah, sí, Ursula.
Ursula K. Le Guin ya me dejó en su día un poco traspuesto con "La mano izquierda de la oscuridad", novela espesa, con descripciones de un mundo que me hicieron creerme allí; con ideas que yo no podía imaginar, con arte literario y, además, de esos libros que te hacen pensar y cuestionarte algunas cosas.
Con "Los desposeídos", Le Guin alcanza el súmmum, es una aportación impresionante y única, un libro que hay que leer, y no sé porqué he tardado tanto en hacerlo. Es una historia penetrante, dinámica y, sobre todo, increíblemente bien escrita.
Me quedo sin palabras para comentar esta maravilla que no dudo en calificar como una de las diez mejores obras de ciencia ficción de la historia. Por ello, me quedo con esta reseña de Alberto García-Teresa, que también podéis leer en su
blog:
Hay libros que se quedan dentro de uno y no hacen sino crecer. La ciencia-ficción es un arma arrojadiza contra lo establecido, es la culminación de la literatura como arte subversivo sin renegar de la plenitud de ninguna de sus dos condiciones; ni a la de arte ni a la de subversión. Y títulos como Los desposeídos no hacen sino confirmarlo.
Los desposeídos supone un paso más en la ciencia-ficción política porque, si bien libros como 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451son novelas de denuncia social, esta obra llega a plasmar el ideal al que las anteriores aspiran: en ella se plantea un modelo tangible y asentado de sociedad anarquista que se enfrenta abiertamente al capitalismo, fundamentalmente, pero también al comunismo de estado.
La escritora nos presenta a Urras, un planeta donde conviven varios regímenes, sobresaliendo el capitalista, y que, dos siglos atrás, expulsó a los anarquistas a su luna, Anarres. Allí, los libertarios construyeron una sociedad ácrata que se mantiene aislada pero estable. El conflicto de la novela surge cuando un habitante de Anarres, el científico Shevek, viaja hasta Urras para tratar de impulsar la comunicación entre ambos planetas.
A pesar de este apetitoso planteamiento, la novela debe tener una buena ejecución para que el libro no se quede tan sólo en buenas ideas. Y Le Guin también ahí supera las expectativas.
La obra se articula en dos líneas temporales, una anterior en el tiempo a la otra, que convergen al final. La primera de ellas nos cuenta la vida de Shevek en Anarres, el planeta anarquista y la segunda, su estancia en Urras. Esta alternancia de espacios va enriqueciendo nuestra visión progresivamente y con mucho cuidado, pues cada capítulo (dedicado a un planeta) se centra en un aspecto concreto de los personajes y/o de la sociedad. Es una estructura muy clara y efectiva.
El agudo análisis de Le Guin desmonta todo posible maniqueísmo, dotando al conjunto de una gran credibilidad. Los personajes de la novela son tremendamente complejos y ricos. En ese sentido, la figura de Shevek es una de las aportaciones más memorables. Este físico es el prisma por el que Le Guin transmite su discurso. Apoyándose en su contradictorio individualismo, la escritora construye un protagonista de gran atractivo y solidez. Asimismo, la novela guarda una inmensa galería de personajes estupendamente trabajados, tanto principales como secundarios. La dedicación con la que está tratada toda la obra también se aprecia en este aspecto.
La proyección de Los desposeídos es enorme; podemos incidir en los aspectos políticos, sociológicos o psicológicos del libro, puesto que su implicación en estos ámbitos es muy grande. No en vano, admite dos lecturas: una como obra de reflexión práctica anarquista y otra como novela de choque entre dos sociedades.
La primera se basaría en el elaborado retrato que se realiza de la civilización ácrata. Al mostrarnos plasmaciones reales de las teorías libertarias, el texto sirve de discusión y debate entre los anarquistas. Su máxima aportación, a este respecto, es el presentar este modelo como un sistema vivo, con deficiencias e incoherencias, que realzan la credibilidad de ese mundo. Es por ello por lo que el subtítulo del volumen es Una utopía ambigua; porque Anarres no es un sistema perfecto.
Los desposeídos como obra de choque entre dos civilizaciones se apoya en la perplejidad, en el extrañamiento. Le Guin recoge la incomprensión de los habitantes de uno u otro planeta respecto a su vecino. En ese sentido, es especialmente reseñable la que siente el anarquista hacia el capitalista, aspecto en el que la escritora no tiene referentes. El resultado exige un tremendo esfuerzo de empatía por parte del lector, pero es sumamente gratificante.
La novela es una exhortación a la autocrítica, al inconformismo, a poner el tela de juicio nuestras convicciones y lo establecido. Así mismo, es una abierta apología del anarquismo. Pero a un anarquismo consecuente, crítico, continuamente revolucionario.
Los desposeídos es una lectura maravillosa. Cada expresión, cada gesto, es un pequeño botón de muestra que nos revela cómo es cada civilización. Cada frase está pensada y escogida con paciencia y sabiduría, para que no haya nada indispensable y todo sea trascendente. Es una novela para degustar pausadamente, con la mente despejada.
Después de leer Los desposeídos, después de contemplar Anarres, nos damos cuenta de que la utopía aún es posible. Absolutamente indispensable