lunes, 23 de julio de 2018

El Matillo de Lucifer

A mediados de los años 80, Harley quiso llevar su trozo de pastel en el BOT de los USA, enfrentándose a Ducati. Para ello fabricó una moto un poco especial, bautizada con el sonoro apelativo de Lucifer's Hammer, el Martillo de Lucifer. Sucesivas versiones de esta máquina infernal, con la preparación de chasis y ayuda de Eric Buell, consiguieron algunos éxitos destacables. 

Para ilustrar un poco, añado algunas imágenes del engendro:






Mi primera Ducati, allá por 1999, una muy modesta M750, no era nada impresionante. A la segunda, la S4, la bautizé como Trompetas del Infierno, aludiendo sobre todo al espectáculo sonoro de su motor 916 a través de los Termignoni. La tercera Ducati que pasó por mis manos, la increíble 999, fue la Verdadera Trompetas del Infierno. A la cuarta y más reciente 749, simplementa la llamo Rubia Italiana. Y a la más reciente adquisición, mi M900 Speciale, le sienta como un guante eso de Martillo de Lucifer: su sonido es exageradamente atronador, inmisericorde con los sensibles del medioambiente sonoro, el despertador de la ciudad, ahuyentadora de viejas, asustaniños.
Y hoy, para probar el tailchop, y celebrando el primer día de mis cortas vacaciones, me dí una fantástica vuelta variando un poco los trayectos habituales. 
Sotiel Coronada, Calañas, El Cerro, Valdelamusa:


Hemos dejado el Andévalo para adentrarnos de lleno en plena serranía de Huelva, tan espectacular estéticamente como solitarias sus carreteras, en general en buen estado. El trazado se va cerrando más y más. 
Gil Márquez, Almonaster, Santa Ana la Real. La sucesión de curvas no para, y el Martillo está en su salsa, practicando una conducción casi supermotard, sin descolgar apenas y aplicando contramanillar una y otra vez. La moto se sujeta de lujo, frena como debe, y acelera lo debido. Y todo ello entre un bramar que pareciera que se va abriendo por detrás de mí una enorme grieta en el asfalto y sale el mismísimo Diablo tocando un tamtam de proporciones bíblicas...






Típico es el empedrado de las calles de estos pueblos, que dan un carácter rústico peculiar y bello, agradable. Me dio un poco de vergüenza transitar con mi poco políticamente correcta asesina de tímpanos por Almonaster o Alájar, pero la verdad es que ya era hora de levantarse, así que me conformo con pensar que ejercí algún tipo de función social. Juas.




Ya sobre las 11 a.m. paré en la plaza del pueblo de Alájar, donde tomé un revitalizador desayuno a base de jamón cortado directamente de la pata en mi presencia, con buen aceite y su correspondiente café... ¿Qué otra bebida podía haber acompañado a la ruta, la máquina y mi espíritu?


Con el ánimo por las nubes, subo por el puerto que lleva el mismo nombre que el pueblito, una retorcida carretera en la que ningún otro vehículo me estorbó, y enseguida llegué a Fuenteheridos, para girar hacia Castaño del Robledo y de ahí a enlazar por una fantástica carreterita entre sombras y luces, hasta la N-435, por la que ya definitivamente bajé directamente hasta Huelva. 

Decir que la mañana estuvo bien es, con toda seguridad, quedarme corto. La sensación de libertad ha sido mucha, y la felicidad ha invadido cada molécula de mi ser.

Una pasada, en serio.

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