Aprovechando la ausencia del resto de mi unidad familiar este fin de semana, decidí acompañar a Julio y Marisa, que iban a pasar un par de días a Tarifa, la ciudad del viento, la capital europea del kite y el windsurf, lugar curioso y mítico.
Como quiera que sólo tenía a mi disposición el pequeño destechable biplaza, tuve que aprovechar al máximo los 300 litros de su maletero para meter cuatro cometas, una bolsa, neopreno, barra, inflador, arnés, y senté a mi lado a mi tabla twintip. Con esa grata compañía, pasando junto a Facinas, casi llegando al punto de destino, tomé esta imagen que podría tildarse de rancia, añeja, pasada de moda, pero que a mí me gusta encontrar de cuando en cuando en nuestras carreteras:
De Tarifa, ¿qué decir? A mí me gusta el ambiente del pueblo, sus callejuelas y vestigios históricos, la localización. No me gusta su viento. Suele ser fuerte, pero racheado por tener componente de tierra en el 90% de los casos, lo que hace que navegar con cometa sea algo errático, incómodo, sorpresivo e impredecible. Casi cualquier cosa salvo placentero.
Por eso, prefiero casi cualquier otro destino, y hacía mucho mucho tiempo que no iba. Ayer recordé porqué...
En fin, uno con el tiempo aprende a aprovechar todas las condiciones, y eso fue lo que hice, intenté sacar el rendimiento máximo sin perecer en el intento.
Tras la navegada vino el brunch, porque a las cinco de la tarde no se puede llamar almuerzo. En el chiringuito Tumbao nos pusimos como quisimos a base de nachos con guacamale y salsa agria, y unas hamburguesas recién cocinadas en la barbacoa que estaban usando. Muy rico todo. La única queja es que la cerveza es cara allí, no sé porqué.
Detalle de un cartel junto a las salsas que le puedes echar a las carnes de la parrilla:
Decidí hacer la vuelta perfectamente a cielo abierto, como corresponde al enterismo kiter del que gozo habitualmente, a velocidades moderadas y escuchando música. La noche se cernió sobre mi cabeza.
Si nunca han conducido un descapotable por la noche, deberían. Es una experiencia inmejorable, sobre todo con el clima que nos concede el veroño por aquí abajo.
Pero todo no iba a salir tan bien rodado, no. A escasos 15 km de mi destino, pisé algo en la autopista y acabé en el arcén, junto al poste que señala el km 71 de la A-49, de esta guisa:
En fin, por lo menos iba solo. Eran las 9 de la noche. El proceso de llamar a la aseguradora, llegar grúa, y llevarme a casa terminó a las 23:00. Un final inesperado, pero tampoco traumático. En casi diez años esta es la única avería que he tenido con el pequeño juguete a 4 ruedas con cobertura escamoteable, y realmente, técnicamente, no es una avería..
Por lo menos, Jesús, el conductor que acudió en mi rescate, era un tipo simpático y tuvimos amena charla.
Estoy contento porque esta pequeña contrariedad no consiguió perturbarme más de la cuenta, estuve sereno incluso cuando una pareja motorizada de la Benemérita paró a verificar que todo estaba bien. Llevé el incidente con serenidad y estoicismo. Sin duda, me hago mayor y temo que voy camino de madurar.
Ya iba siendo hora, digo yo.
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