miércoles, 29 de marzo de 2017

Cortado

Llegar a la solitaria barra de la venta un miércoles cualquiera, pedir un café sin tener que aguardar cola, esperar medio minuto para que te lo sirvan mientras escuchas la conversación de dos lugareños, gente de campo. Salir con la taza, su platillo y un vaso de agua, a la terraza y sentarse a descansar en mesa elegida entre cualquiera, todas vacías.
Es lo normal entre semana. Por eso es un placer. Por eso lo hago.
Huyo, como siempre, de lo típico y de lo abarrotado. Como bien saben ustedes, mis escasos lectores, la soledad es mi compañera habitual, me encanta y la disfruto mucho. 

Esta vez ha sido un café cortado. Otras veces es uno solo, o un americano. Rara vez un con leche, demasiado para la sobremesa. Si hace mucho calor puedo pedirlo con hielo. Y ya que sale el tema, va empezando a ser demasiado agradable la temperatura, 26-27 grados hoy. A poco que trabajes con la moto ya empiezas a sudar.


Con toda la carretera para mí, apenas tráfico, el disfrute ha sido pleno. No hace falta correr para saborear las bondades del motociclismo deportivo, o por lo menos no demasiado. Sólo un poco. 
Uno, con la edad, valora matices, detalles, aspectos que antaño, en nuestros años locos de escapadas semanales en grupo (todos los sábados a las 4 de la tarde, como un reloj), pasábamos por alto. 
Pero es normal evolucionar, educarse, adquirir experiencia, aprender a paladear lo sublime, lo exquisito. No es necesario caer en el síndrome de Staendhal, tampoco es para tanto. Pero sí es cierto que llevo una enorme sonrisa bajo la pantalla del casco, y a veces se escapa una exclamación de euforia, de verdadera alegría, de entusiasmo casi infantil.
Hablar de sensaciones es complicado, me resulta difícil transmitir lo que siento. Lo intento. Pienso que quien no ha montado en moto, o quien no se ha deslizado grácilmente entre curvas, inclinándose, con el viento pegando o el bramido del escape acompañando la acción, es incapaz de comprender. Quizá esté en lo cierto, quizá no.
Sigo aprendiendo, día tras día. Me empujo a continuar, a mejorar, a desarrollarme y evolucionar. Y creía que no iba a poder con ella, con la rubia, pero me doy cuenta de que me he adaptado fácilmente en cuatro o cinco salidas, y ya no me duele el cuello, ni las piernas de tenerlas tan encogidas, y las muñecas resisten cada vez más. Supongo que no soy tan viejo después de todo, o que va a ser cierto aquello que siempre digo: la viejitud es un estado de la mente.
Y yo trato de mantenerme mentalmente joven. Un joven con experiencia, o así quiero creerlo.
He aprendido a disfrutar de las curvas, y dejar pasar las rectas tranquilamente; a no forzar, a fluir (be water, my friend); a esperar la ocasión propicia; a aceptar con estoicismo la situación que no puedo cambiar y pensar que seguramente tiene un porqué, aunque no sea necesario que esto sea así.
Otro modo de vivir la moto, y la vida en general, pues es filosofía que aplico a todo. Y tiendo a ser feliz, me dirijo a ello constantemente, consiguiéndolo a menudo, que no es poca cosa.

Sí, sin duda la rubia me está haciendo más feliz, más pleno, me está redescubriendo. Y sobre todo más libre. 
Libre. Free.

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