Antes las cosas se hacían de otro modo.
No sé cuándo se inventó el marketing, y comenzaron las compañías a parir sus productos o servicios desde los departamentos de diseño o ingeniería.
Sea como fuere, lo que hoy conocemos como mountain bike, término anglosajón que se ha aceptado en todo el planeta, nació de la mano de unos artesanos. En verdad, no eran tales, sino un simple grupo de entusiastas cuyas ganas les llevaron a hacerse, finalmente, eso, artesanos a la fuerza, porque no había otro modo de lograr sus fines.
Este concepto es lo que se llama innovación de usuario, y configuró la creación de todo un estilo no sólo de montar en bici, sino de filosofía de vida en general. Eran otros tiempos, está claro, y hoy día, todo lo relacionado con la bici en general está pensado y programado de antemano por las marcas, que en su afán de vender por vender sin ton ni son, crean necesidades que calan en la sique del cliente objetivo (target), pero que realmente nadie demanda.
¿Por qué nos plegamos a esto? ¿Quién necesita tantos recorridos de suspensión, tantos tamaños de rueda, tantas relaciones de cambio, tantos estándares diferentes en medidas de tijas y ejes? Y así sucesivamente.
Aquí les dejo, de entremés de mi razonamiento, esta película-documental en la que se muestra cómo comenzó todo:
Yo no rechazo a priori ninguna novedad. Simplemente observo la oferta, y me quedo con lo que se adapta a mis necesidades reales, o las que creo que lo son. Esta es una dicotomía difícil de alcanzar, y puedo equivocarme, pero casi cuarenta años en bici me han dado un poso que creo me ayuda a orientarme con más acierto que otra cosa.
De hecho, en mi cuadra, tengo bicis de todo tipo, y de los cuatro materiales que se han usado para fabricar los cuadros, y son precisamente las más sencillas, las que se podrían tachar de rancias o antiguas por los más legos en la materia, esas son las que más me gustan, lo que es mucho decir ya que me gustan todas las que tengo (si no, no las tendría).
En mi ánimo de ir contra la masa, contra la imposición de medidas y teorías absurdas, amén de una estética a menudo trasnochada, me hago con cuadros de veinte años de edad, incluso a veces más, y las monto como mi experiencia y gusto me da a entender, lo que proporciona un placer no sólo en pedalear posteriormente, sino también en el proceso de búsqueda de componentes, ajuste mecánico, ensayo y error, y posterior pulido y perfeccionamiento del concepto. Esto, claro está, es un proceso casi inacabable, infinito, porque siempre está esa pieza imposible, o te das cuenta de que tal o cual tornillo no acaba de quedar bien...
Pero en líneas generales se consigue, y la satisfacción es enorme. Soy, si lo quieren llamar así, un deconstructor. Cojo lo complicado y lo hago simple. Monto horquilla rígida y de acero, frenos uve, y una tansmisión simple de un solo piñón. Se me ocurren ideas peregrinas, como quitar incluso el freno delantero, y establecer medidas extrañas de balón y anchura en los neumáticos, en busca de un feeling único y perfectamente válido para los caminitos que frecuento. Si la cadena se alarga y queda destensada, aplico un tensor casero en forma de trozo de manguera amarrado con unas bridas.
Desfragmento la bici, la recompongo, rehago lo que me satisface, desecho e incluso tiro al contenedor de la basura lo que insulta mi filosofía.
Aunque, ¿esto se puede catalogar de filosofía? Un modum ciclare, quizá. Pero me encanta y sé que no soy el único, y puede que esto tenga que ver con la entrada de ayer, el deporte es diversión.
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