Siempre está ahí. Con sus cosas buenas... y las malas también, claro.
Porque por algo se ha convertido en centro europeo del viento, se lo han montado bien, han sabido elaborar un turismo alrededor de los deportes acuáticos, y la oferta hotelera, de actividades, gastronómica y cultural sigue aumentando aún hoy día.
Para este largo puente de primeros de diciembre escogimos un apartahotel a base de bungalows, muy tranquilo y de ambiente familiar, a escasos metros de la misma playa de Valdevaqueros.
Junto con mi inseparable Julen, llegué allí acompañado de mis dos sucesores consaguíneos, para pasar tres noches.
Curiosa época estamos vivienda, en la que por las noches pasamos agradables veladas arrimándonos a la chimenea con unas copas en animada y risible tertulia, mientras durante el día pueden ocurrir cosas como que Pepe, mi cuervo menor, se pegue un chapuzón en la piscina:
Tres días de viento racheado y fuerte, típicamente Levante, nos han llenado de gozo. A la vuelta a "casa", todas las comodidades a nuestra disposición para enjuagar y secar el material:
Viento fuerte y racheado, propio del offshore, viento de tierra predominante en la zona. No es lo más adecuado para el kitesurf, sobre todo en la parte más cercana a la duna de Valdevaqueros y por la zona de la orilla, en la que el efecto on-off es más acusado, pero la ausencia de viento en el resto del país hace que este enclave sea el único donde haya podido navegar estos días.
Es la clave de su éxito, su peculiar disposición geográfica, el estrechamiento entre los dos continentes, la estadística de días de viento, lo que hace disparar la afluencia de aficionados dispuestos a darlo todo en el agua.
No puede faltar el paseo vespertino por el pueblo, siempre recomendable, relajante, en un centro histórico muy vivo y alegre.
Pudimos presenciar bellas puestas de sol, como ésta de la instantánea, en pleno espigón que separa el Mediterráneo del Atlántico, en la que se ve alguna cometa aún disfrutando de los últimos soplos del día:
Manu muy feliz |
Como colofón, broche de oro a la experiencia vivida, el último día había montada una buena ola, a veces más alta que yo mismo, y aunque rompía peligrosamente cerca de la orilla y el viento era muy racheado y poco constante, tuve la surfeada más vertiginosa de mi vida. Mi gran Julen pudo verlo en primera persona a pocos metros del suceso, y oía sus gritos y algarabía animando. ¡Qué grandes momentos!
Pero estos momentos, estas cositas, se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Intentaré que eso ocurra lo más tarde posible.
Aquí les dejo ahora un pictograma instantáneo del momento de la despedida:
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