No hace tanto tiempo, acaso unas pocas semanas, discutía con mi hermano espiritual, el pequeño gran Julen, que un buen día en El Portil no tenía nada que envidiar a ningún otro spot mundialmente famoso. Él, un escéptico eólico, y un enamorado de las playas de Cádiz (en especial Caños, que le trae recuerdos gratos de su infancia y que, reconozco, tiene un encanto especial), lo intentaba rebatir.
Poco después tuvimos uno de esos días de Poniente fuerte primaveral, una jornada de esas que te hacen cambiar la percepción del sitio, y me reconoció la verdad que yo llevaba tiempo intentando transmitirle.
Terminó por asimilarlo.
El jueves tuvimos otro de esos maravillosos días de viento casi perfecto en Huelva, merced a unas bajas presiones que llevan instaladas frente a la costa varios días seguidos. Coincidiendo con la bajamar, la tarde el 11 de junio fue algo memorable, la recordaré durante mucho tiempo.
Navegué exclusivamente con el twintip, dejando un poco abandonada en la playa la tabla de surfkite, porque la cosa era propicia para pegar grandes voladas y el agua plana que descubría desde el primer momento en lugares poco transitados por otros kiters me permitió explorar y desarrollar mi habilidad con un par de trucos que tenía en el tintero y que tenía que sacar ya para no estancar mi progresión.
Hubo de todo, hasta un par de larguísimas surfeadas en las que casi acabé en la playa de la Bota. Pero es lo que tiene este spot: agua plato por aquí, olas magníficas y muy ordenas por allá, una isla que aparece cuando la marea baja y en la que puedes parar a descansar ahí en medio del mar, y un montón de espacio para no molestar ni ser molestado.
Tengo, tenemos, muchas suerte, una suerte enorme de poder disfrutar de un sitio tan fantástico y tan cerca de casa.
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