Hoy, entusiasmado, me dirigí a la playa, ese nuevo spot redescubierto para navegar prácticamente en soledad (me encanta), y válido para ciertas direcciones del viento que impiden practicar en los sitios habituales.
Pero en el transcurso del viaje, la fuerza eólica disminuyó, tanto que no pude hacer más que intentarlo sin éxito. Había que probar, ya que estaba allí. La pereza es enemiga de la salud, y es como perder una batalla del cuerpo contra la mente. De modo que me enfundé el neopreno, hinché la 12 (una pena no haber llevado todo el arsenal...), y traté de evolucionar, remando a base de tremendos ochos y kiteloops, que terminaron rápidamente con una derivada brutal de casi 200 metros orilleando downwind.
El retorno, claro, fue un merecido paseo de la vergüenza, pero menos, porque no había ningún testigo aunque yo ahora aquí confiese mi pecado.
El astro rey estaba bajando ya, y sin nubes que estorbaran, calentaba más de la cuenta para ser 29 de febrero. Recogí los bártulos y caminé tranquilamente hacia el coche. La calma era en mí, a pesar del pinchazo, y me lo tomé con filosofía. No había perdido mucho tiempo y quedaba bastante tarde por delante para hacer cosas.
Con una sonrisa en la cara me cambié de ropa, quedándome en camiseta porque el día lo pedía a gritos, y me quedé un rato sentado en el borde del maletero, junto al camino de tablas de madera que lleva hasta la playa. Tenía al Sol enfrente y me daba de lleno, transmitiéndome sus cálidas radiaciones. Cerré los ojos, relajé mi cuerpo, enderecé la espalda y practiqué unos ejercicios de pranayama.
Hacía bastante tiempo que no respiraba con profundidad, sitiéndolo de verdad, llenando y vaciando cada recoveco, intentando no pensar en nada. En un estado semimeditativo, me di cuenta de la felicidad que sentía en ese preciso momento, y fui consciente de que no haber navegado había propiciado una ocasión de disfrutar de otro modo. Fui REALMENTE feliz.
A eso no puede llamar "perder la tarde". Aunque solo fuera por ese ratito, ya estaba salvada, y no sólo la tarde, sino todo el día.
Al yoga le debo bastante, sobre todo aprender mucho sobre mí y sobre mi cuerpo. En su día aportó grandes beneficios a la mejora y corrección de mi espalda, pero con el paso de los años he ido descuidando su práctica. Eso me deja un regusto amargo, casi un sentimiento de culpabilidad, porque sé que es bueno para mí, pero no practico lo que debiera.
Las ocupaciones, hobbys, práctica de otros deportes... le han robado su espacio. Las cosas son como son, pero de vez en cuando encuentro la oportunidad de meter un par de asanas, sobre todo si no he hecho nada muy físico en el día.
Ahora estoy enfrascado, y ésta es una nueva oportunidad, en sanar algunos dolores que aparecen, como tendinitis en codos, pequeñas lumbalgias, y una molestia en el hombro derecho motivada por un revolcón con la moto, que aunque leve, me ha desmotrado que los años han hecho gran mella en mi resistencia y, sobre todo, en mi capacidad de recuperación. Para este fin, con cierta perspicacia y no poca osadía, me permito hacer uso de lo que algunos llaman "yoga terapéutico", que no es más que aplicar con inteligencia y propiedad algunas posturas para distender, relajar, fortalecer... esos músculos y articulaciones que lo necesiten.
Bueno, les dejo ya, que me voy a hacer el perro boca abajo.