Pues sí, oh amigos. Un fin de semana para enmarcar.
Hubo de todo, o casi, lo que me congratula. Doy gracias a todos los que han propiciado que así haya sido, desde aquellos que me rodean y me quieren, a los elementos que escapan a nuestro control y que lo han hecho posible.
El viernes tuvimos una tarde casi épica, aunque se nos hizo bastante breve (a lo que hemos llegado, disfrutar de más de dos horas de kite radical nos parece poco, juas) en Isla Canela. Calificada por muchos como "el paradise", el sitio merece mucho la pena, y eso que la lluvia hizo acto de aparición. Nos dio igual, ya estábamos metidos en faena y fue sólo un rato.
Viento más fuerte de lo esperado que hizo que disfrutara de la navegación entre olas con cometa pequeña, nueve metros, y un mar que a ratos nos regalaba masas de agua en movimiento de un metrillo de altura, hicieron que a pesar de tener que surfear de derechas y con la postura cambiada (pie izquierdo delante), disfrutara de un modo enorme, en unión y compañía de mi muy querido Julen, y de mi retoño que cada vez es más diestro e independiente marítimamente hablando.
Muy contento con el rendimiento del material, todo salió a pedir de boca. Gracias, Océano. Gracias, Viento.
El sábado fue otra historia. Una ineludible cita a la que mi mente se resistía en principio, asustada por lo que había estado lloviendo, lo que presagiaba un campo anegado y lleno de trampas de barro. Pero mi corazón se quiso enfrentar, tenía que hacerlo, un paso más a ser mejor "piloto", avanzar en mis habilidades off the road, y cómo no, disfrutar más de mi experiencia trail.
Aunque desperté con moderado dolor de cabeza, un cafelito y un espidifen obraron el milagro, me enfundé el traje de gladiador de campo, y allá que acudí a la hora acordada en el sitio establecido. Nos juntamos tres motos de similares características en cuanto a motorización, y tuvimos la grata compañía de Enrique a bordo de su Land Cruiser, que nos hizo de guardaespaldas, asesor de caminos, y compañia inestimable siempre solícito para ayudar.
Hasta Almonte llegamos por pistas, caminos, un pelín de carretera inevitable, un enmarronamiento imprevisto, algún punto de barro increíble, otro par de sitios con arenas, y un transcurrir entre pinos de zona pre-parque de Doñana que, acompañados de un día maravilloso con un espléndido sol, nos hicieron disfrutar como nunca. No hubo caídas ni averías graves aparte de un par de fusibles fundidos en una de las motos que se solucionó sobre la marcha.
Una cerveza con papas aliñás en la Venta la Piedra, a medio camino entre Almonte y El Rocío, y volví por carretera, a través de la carretera de Mazagón, a buena velocidad, para llegar a tiempo a un fantástico arroz que había cocinado mi limitador (su especialidad). Es una maravilla comprobar, una vez más, que la misma máquina que me había llevado con éxito por la arena, cuestas, grandes charcos, barro... ahora me impulsaba a velocidad muy aceptable y segura por la cinta gris. Un lujo total.
Terminado el arroz, cogí a mis dos cuervos y rumbo a Isla Canela de nuevo. Parece que la tarde prometía, y aunque no estuvo como el viernes, se pudo aprovechar casi una horita y media de viento más que suficiente para cometa grande.
En resumen, un gran fin de semana, rematado por un tranquilo domingo en que aprovechamos para ir a Sevilla a visitar a los abuelos, que supieron agradecerlo. ¿Qué más se puede pedir?