Hace unos días que vengo probando un nuevo trapo de 12 metros, lo último de Cabrinha, cortesía de Kanela Kites.
Es llamativo que en sólo dos temporadas, la evolución del material puede dejar atrás claramente a lo que ayer era puntero. Esta nueva cometa ha dado un avance importante en varios aspectos que, la verdad, no enumeraré para no aburrir a mis escasos seguidores por que no entenderían ni la décima parte. Quédense con el mensaje de "es muy mejor", y ya está, con eso es más que suficiente.
Este nuevo kite me permite, en unión de mi tabla retrofish que uso sin cinchas, ahí, en plan bravo, strapless style, navegar en condiciones de viento flojo cuando la mayoría de "los demás" se quedan en tierra, con esa mirada mezcla de tristeza y rencor.
El sábado fue uno de esos días, y en un momento dado, únicamente un conocido con su pandorga de 15 metros y tabla tipo "door", especiales para low wind, y yo, éramos los únicos que surcábamos las aguas de Punta Umbría. Cuando de repente veo que me hacen gestos y señas desde un patín catalán -tipo de catamarán muy chulo, de madera, cuya principal peculiaridad reside en no tener timón-. Creí que se trataba de una emergencia, pues ese era el movimiento que se corresponde con lo que hacía con sus brazos, y me daba voces que en la mar son difíciles de entender. Cuando me acerqué a ver qué ocurría, me gritaba, exultante: "¡delfines, tío, delfines por todas partes!".
El verano pasado tuve la suerte de ver uno a pocos metros de mi, pero fue la aleta dorsal y desapareción enseguida. Pero esta vez, oh, los había a montones, iban en grupos de tres o cuatro, y no eran nada tímidos. Nadaban entre nosotros, y salían constantemente a respirar dando leves saltitos.
La emoción, como cabe esperar, fue en mi. Derramé unas lágrimas, y a punto estoy de hacerlo ahora mientras escribo esto al rememorar el momento.
Ver delfines en libertad, en su medio, tan cerca, es algo muy especial, sobre todo si no es buscado. Es como el regalo del mar, como una contraprestación. Pienso, verdaderamente, que el karma existe. Me he pasado el verano recogiendo plásticos y latas del mar, incluso cuando voy navegando he cogido alguna basura no biodegradable y me la he entremetido por el arnés o el bañador para sacarla del agua. Quizá ha sido ese el premio, la remuneración espiritual, a mi ténue labor ecologista.
Sea como fuere, me considero realmente un privilegiado por haber podido presenciar ese espectáculo. Me anima a seguir practicando el fantástico deporte que me ha robado el corazón, y les tengo que reconocer que no es, ni mucho menos, la primera vez que lloro en el mar, pero de alegría y emoción.
No quería dejar pasar ese evento sin compartirlo con quien quiera que sea que me lee. Espero que lo comprendan.