Dar una vuelta en moto es, per se, una opción magnífica siempre. Me olvido de todo, me concentro en disfrutar del paisaje, de las sensaciones. Me relajo, en suma.
Como aún no se ha levantado la veda de circulación de vehículos de motor por el campo con motivo de la legislación anti incendios, no me he querido aventurar demasiado. De todos modos, un escorpión siempre será un escorpión, y no he podido evitar transitar alguna que otra pista de anchura "legal", sin demasiadas complicaciones salvo algún banco de arena.
En medio de ninguna parte |
El no cuidar nuestra actitud como motoristas es lo que lleva a las prohibiciones y cortapisas. El campo es de todos, y hay que respetar a la naturaleza misma y a todos aquellos que disfrutan de ella, si nosotros también queremos ser respetados. Un vehículo a motor puede ser visto como algo muy invasivo si va a escape libre y escarbando cruelmente el suelo.
Sigo avanzando, y llego a una trampa de arena en pleno cruce de caminos. Paro para decidir por dónde seguir, y cuando quiero arrancar, la rueda trasera: desmonto, dejo caer la moto un poco y la vuelvo a levantar. Con ese simple gesto, se vuelve a llenar de arena el hueco debajo de la rueda. Sin montar, meto primera y con un leve empujoncito, avanzo unos metros para salir de la trampa. ¡Problema solucionado!
Parece que el bagaje de moto off road de mi juventud ha servido para algo...
Sin más, me introduzco en un bosque de eucaliptos totalmente fuera de lugar en este paraje, atravesado por una larga recta:
Decido, para terminar mi periplo dominguero, visitar la playa del Espigón de Huelva, situada justo antes del Dique Juan Carlos Primero. Una carretera que conforme avanza se va volviendo más y más salvaje, descuidada y horrible, me sumerje en pleno paraje natural, flanqueado primero por unas salinas en plena actividad con máquinas y camiones funcionando (recuerden, es domingo), y después por esteros y miradores para inmortalizar aves con cámaras fotográficas. A la izquierda, tras la ría de Huelva, el Polo Químico, y a la derecha vamos viendo Punta Umbría. Y al final de la carretera infame encontramos unos aparcamientos habilitados con sus correspondientes pasarelas de madera para acceder cómodamente a la playa. Playa que se conserva de manera virginal gracias a la ausencia de edificaciones y explotación turística, pero que las pocas veces que la he visitado me llevo siempre la misma sensación de suciedad y poco cuidado que, nosotros, los seres humanos, tenemos con el medio ambiente.
A pesar de varios carteles anunciando la prohibición de acampar, he podido ver varias tiendas de campaña junto a coches y furgonetas a pie de carretera, sin vergüenza, sin esconderse, sin pudor. Con descaro. La arena está llena de palets de madera, bolsas, botellas y latas vacías, sedales, y basura variada, a pesar de que hay contenedores de basura... vacíos, claro.
Al fondo, el espigón, lleno de cañas de pescar.
De ahí no pasé. A la izda, la ría de Huelva, a la derecha mar abierto. |
El calor empieza a apretar, dudo entre quitarme la cazadora o no, y pienso si volveré alguna otra vez por aquí...
Como curiosidad, inmortalizo mi ida y venida por aquellos andurriales con esto, que me ha llamado la atención:
MUAHAHAHAHAHAHHAHA!!!! |
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