La belleza en el diseño no debe ser una consecuencia, sino el Norte, el waypoint, el leit motiv que ilumine a la mente que maneja el lápiz.
A veces, el lápiz no existe, y simplemente se disponen los elementos de forma armónica, y de donde menos se pretende aparece un objeto raramente hermoso.
Porque la belleza existe, y de un modo objetivo indudablemente. Ya he comentado en entradas anteriores sobre la noble rama filosófica de la estética, el concepto de lo bello, y su impropia subjetividad. Para una mente cultivada, o un mero observador de la naturaleza, así como de la obra magnífica del Hombre, no hay peor frase que aquella de "para gustos, los colores". Es horrible, además de falsa y simplemente califica al que la dice como un lerdo, un ignorante, un ser carente de toda capacidad de apreciación.
Dicho esto (y quien quiera saber más sobre la estética que se lea libros, como yo hice en su día), me quito el sombrero ante tamaño despliegue de motivación proyectada, de sublimación del arte de eliminar lo superfluo, y del homenaje a toda una era del motociclismo:
Ante esto, previo desprendimiento craneal del chapeau, je dis: bravo!