Lunes por la tarde. La mosca tse-tsé me picó justo acabando de almorzar un maravilloso guiso de patatas con hígado (impresionante sabor).
La idea inicial era salir a montar en bici, pero casi 30º desaconsejaban la arriesgada aventura, y no tuve más remedio que abortar.
Aquí no hay primavera ni otoño, sólo tenemos dos estaciones, y pasamos del frío y lluvia al calor abrumador de un día para el siguiente. Y viceversa.
Con tres o casi cuatro horas de luz diurna por delante, decido dar un paseo en la moto para acabar el rodaje, algo breve y rápido. La idea es tirar por la N-435 y desviarme por el cruce de Calañas, intentando tomar hacia la izqueirda tan pronto como sea posible para enlazar en dirección San Bartolomé-Gibraleón, y de ahí a casa.
Paso Sotiel Coronada y disfruto como un niño con juguete nuevo subiendo su corto pero intenso puerto. Antes, la carreterilla que va desde el cruce hasta Sotiel ya me ha reportado magníficas sensaciones.
La miniBMW va de maravilla, y sin duda mis habilidades quedan lejos de extraer todo lo que ella puede dar de sí. Calzada de serie con unos pegajosos Metzeller Tourance EXP, famosos por ser las gomas mixtas más deportivas que hay, puedes tumbar y tumbar más allá de lo razonable o de lo inicialmente pensado para una moto de esas características.
Ni un solo susto, ni una deriva, ni un sobre o subviraje, ni un rebote. Bien.
Tuerzo en dirección Villanueva de las Cruces. Es la primera vez que hago esa carretera. Primera vez por una carretera, y además con una moto nueva cuyas reacciones aún están por descubrir, puede ser un cócktail explosivo, pero nada más alejado de la realidad.
Llevo la intención de parar en algún punto hermoso de la ruta para tomar la correspondiente prueba pictográfica de mi paso por esos lares, pero voy con ritmo, y divirtiéndome. No quiero parar. La carretera es cojonuda, nueva, y con escasísimo tráfico. No entiendo como se decidió hace tres años renovar completamente esa vía, ensanchando y creando unos buenos arcenes, llenando todas las curvas con guardarraíles, con un asfalto impecable y perfecto trazado. La millonada, en euros, es totalmente inviable. Así nos va.
Esa carretera solitaria (sólo me he cruzado con un coche en 17 km) acaba en Tharsis, otro dispendio antológico. Ejemplo brutal de lo que es esta Hispanistán nuestra, esta cueva de ladrones, esta exposición contínua y desfile de aprovechados que se cuelgan la medallita de turno en pro de su pueblo con menoscabo de las arcas que tan sufridamente llenamos (a la fuerza, por supuesto) todos los demás que recibimos bien poco a cambio.
A la entrada de Tharsis me encuentro con una enorme piscina municipal, y a continuación un parque cuyas dimensiones oceánicas han terminado por convertirlo en un maldito erial lleno de hierbajos secos y bancos oxidados porque, claro, ¿quién y cómo va a mantener eso?. Es la Cuenca Minera, paraíso de pensionados, agujero sin fondo de subvenciones a fondo perdido, sima de jubilados esperando el acaecimiento inmisericorde de su propio deceso, y lugar de fuga de los pocos jóvenes con arrestos para buscarse una vida digna valiéndose por sí mismos y dejando de mamar de la teta de la Diputación Provincial, la Junta de Andalucía, y el propio Estado (del bienestar para unos pocos).
Todas estas reflexiones no son nuevas, y me vienen a la cabezita cada vez que paso por esa zona. Tanto es así que cada vez espacio más mis visitas a la ruta San Bartolomé, Alosno, Tharsis, Cabezas Rubias, Cerro del Andévalo, Zalamea, Riotinto, Nerva, Campofrío... Un desastre con sólo un final posible si no tiene lugar una pronta reconversión de mentes e ideas, hacia el turismo, por ejemplo, como sí llevan unos años haciendo en Aracena, Fuenteheridos, Alájar, Galaroza, Santa Ana y otros.
Llego hasta San Bartolomé y en vez de atravesarla decido circunvalarla, pasando a través de unas plantaciones de fresas que dejan su fragante aroma al tiempo que refresca, por fin. Son las siete y media de la tarde, y la combinación de olores y temperatura que comienza a bajar me anima y me despierta los sentidos.
Enseguida llego a Gibraleón, y empalmo por esa carretera, hoy desdoblada (incomprensiblemente, no entiendo tampoco ese inútil gasto, aunque supongo que es para callar la boca a todos los choqueros que nos quejamos de la mala conexión de la capital con la A-49 que lleva a Portugal), hasta Huelva. Llego rápido, jugando con los 120-130 por hora, velocidad a la que compruebo que la moto va bastante cómodoa y sin apenas vibraciones.
Al final me he pasado de kilómetros, unos cuantos más de los que pensaba al principio, pero han pasado como si nada. La Sertao es cómoda, protege bien del viento, va perfectamente asentada en carretera, y traza las curvas que da gusto.
La versión "normal" de mi moto lleva llanta delantera de 19 pulgadas (21 en la mía), y suspensiones más cortas y firmes, menor altura al suelo, y viendo cómo va la mía, esa tiene que ser fantástica, la verdad. Y además es más barata!!!!
Siento no tener retrataduras del viajecito, que hubieran dado un poco de color y alegría al asunto. Y estoy buscando una bolsa sobredepósito para meter una cámara y otras cosas...
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