En un principio pensé en grabar la ruta en el wikiloc para ir formando una pequeña trackoteca trailera, pero como en principio era una expedición exploratoria, ¿para qué?
La cosa consistía en ir de Aljaraque hasta Cartaya atravesando el laberinto de pistas que inunda a los pinares de la zona. Y tras un breve tramo de mi casa hasta que mis ruedas pisaron el polvo, de no más de seis o siete kilómetros, empezó la fiesta:
El ecosistema es conocido bien, y me resulta casi imposible perderme en él, después de quince años orbitando el planeta pedalier por allí. Pero cuando uno va en moto, y el motor no son las piernas, no duda en aventurarse presa de la perenne cuestión "¿a dónde llevará eso?".
De modo que probando, alargando los momentos en que debí girar, alejándome un poco de la dirección inicial, de repente me veo en medio de un singletrack:
Eso no se hace, no no nooooooo |
Un par de cientos de metros más adelante la cosa se volvía a abrir, y ya pude meter tercera y ponerme de pie para disfrutar, aunque levemente, de un poco de aire fresco.
La mañana pronto alcanzó y superó los 25º, y de hecho, en algún punto ratonero se me encendía el ventilador al ir en primera o segunda. Bueno, supongo que es normal, pero claro, con la moto nueva y en rodaje, no creo que sea muy recomendable un calentón.
En fin, que sin proponerlo llego pronto a la carretera forestal que cruza la zona, y me ocurre antes de lo previsto: qué rápido pasan las distancias cuando te empuja un motor:
Pero aunque la carreterilla es chuli y disfruto un poco circulando ligero, aprovechando para refrigerar la moto, enseguida me introduzco por una pista que inicialmente parece ancha, sencilla, potable, divertida, con sus curvas amplias, subidas y bajadas. Me permito un par de derrapadas, disfruto con el buen hacer de las suspensiones (no entiendo tanta queja de las amortiguaciones de serie de algunas motos... debo estar rodeado de verdaderos pilotos de rally, enduro, trial y raids, sin duda, jajajajaja):
Las limitaciones de los Metzeller EXP enseguida salen a relucir, y a poco que le metas un poco de caña pierdes tracción, aunque es tan previsible que no me coge desprevenido ni una sola vez. Hasta aquí no he tenido ningún problema de estabilidad, bien por la baja velocidad del viaje, bien por mi elevada pericia (sin duda)... hasta que me meto de lleno en uno de esos frecuentes bancos de arena de la zona.
Para el que no lo sepa, estos pinares se encuentran plagados de auténticas trampas, piscinas de arena, lagos de infinitesimales partículas que tratan de atraparte irremisiblemente. Las tengo más o menos controladas y situadas en mi mente de pájaro navegante si se trata de rutas de muntambai, pero como hoy me fui por los cerros de Ubeda, algún que otro tramo de éstos me pilló de lleno. ¡¡¡La madre del Cordero, qué manera de moverse, de culebrear!!!
¿Lo achaco a las ruedas de carretera que llevo? ¿O bien a la falta de velocidad (la experiencia me ha demostrado que en la arena es mejor ir ligero que despacio)? O acaso simplemente sea inevitable, y punto. La arena es la arena, y es algo con lo que hay que bregar por aquí, sí o sí, y es tremendamente agotador, en serio.
En este pictograma positivado a color mediante medios electrónicos con una terminal gayfon está la máquina atracada en parada obligatoria para descansar después del ataque sorpresivo de dos de esas trampas:
Me doy cuenta, ahora que paro, de que estoy sudando y tengo los antebrazos cargados. Menos mal que estoy cerca del destino final.
La arena es el motivo principal por el que los ciclistas de por aquí paramos desde ya hasta las primeras lluvias de Septiembre. O eso, o coger coche y largarse a la sierra de Huelva, que tiene parajes indescriptibles para ciclomontañear.
Finalmente, y tras subir una cuestecilla, con arena por supuesto, en primera, con el ventilador a tope de revoluciones, y los pies fuera de las estriberas por si hay que pegar un zapatazo salvador, logro salir a la carretera que une Cartaya con El Rompido, que es la "playa" de Cartaya, aunque más bien se trata de puerto fluvial y canal de paso por la desembocadura del río Piedras, que forma una barra de arena enorme frente a la costa, y que llega cuatro o cinco kilómetros más hacia el Oeste por culpa de las corrientes dominantes y los efectos de la manipulación humana en la geografía costera.
Entre El Rompido y Punta Umbría se encuentra El Portil, y allí paro para tomar la última instantánea en la que pueden ver la famosa barra, aunque sea con poca calidad y de lejos:
Desde ese punto, unos doce kilometrillos por autovía me separan de mi garaje, donde ahora descansa tranquila la GelandeStrasse, tras haber superado notablemente su primera incursión verdaderamente exploratoria.
Estoy contento, y es una experiencia comprobar cómo puede haber una moto, o un tipo de moto, con capacidad de vadear obstáculos camperos, y al rato siguiente lanzarse tranquilamente a más de cien por hora con total comodidad.
Al final hice más distancia de la prevista, y es que cuando uno disfruta, no sólo el tiempo, sino también los miles de metros, pasan volando. Oh, maravilla de las maravillas, pasé de los sesenta km, y aún no se encendió el testigo de la reserva (prevista a los cincuenta si el consumo fuera de 5 litros a los cien).