MADRE MÍA, pensé. Recuerdo haberlo visto hace tiempo, pero cuándo ni dónde.
El mar, las olas, el viento, el surf, Pearl Jam... menuda combinación.
Sobre las 17 horas ya estaba en la playa con Manu, para que recibiera su primera clase formal de kitesurf, a cargo del gurú del viento. Ya saben que el hombre que susurra a las cometas es el mismo que me enseñó a mí, y aún me guía en mis dudas, corrige mis defectos (que son muchos y variados), y anima a todo el que se ponga delante a disfrutar de ese deporte/arte que es esto de surcar el mar arrastrado por la tracción de la cometa.
Mientras, yo me dediqué a navegar arriba y abajo, intentando inútilmente surfear alguna ola, pero las condiciones no eran las propicias por la orientación del viento y la dirección de las olas... o simplemente por mi notoria impericia. Aún así, mientras mi Julio practicaba el waterstart con ahínco, yo hacía lo propio con los saltos, que poco a poco voy ejecutando con cierto control, lo que me llena de orgullo y satisfacción.
Acabó el día sin contratiempos, y ciertamente cansado después de dos horas con un pequeño receso para comprobar cómo iba Manu, y ver un poco de cerca las evoluciones de Julen.
Llegar a casa, ducharnos, y salir a tomar unas birras fue todo uno, como es propio de un día redondo.
El sábado no fue menos, sino más. Se organizó un día playero cien por cien: el limitador preparó unos sandwiches vegetales y unos bocatas, y nos fuimos todos a La Canaleta cargados con todo tipo de pertrechos y varias cometas y tablas... pero el viento era extraño, rolaba de Norte a Oeste a ratos, y hacía un poco de frío.
Teníamos cita con el maestro a las 18, justo cuando por fin la dirección de Eolo se estabilizó desde Poniente y a unos consistentes 13-14 nudos con rachas frecuentes de 16:
Resultado: Julio hizo tres o cuatro largos bastante largos, remando como un loco, venga a subir y bajar la cometa sin parar, esquivando como buenamente podía las típicas olas orilleras de Punta Umbría, pero lo hizo al fin y al cabo, que es lo que importa. Chapó. Me quito el sombrero, su rapidez en el aprendizaje ha superado todas las expectativas, y preveo inolvidables jornadas entre la espuma de las olas y grandes voladas.
Manu y otra aprendiz empezaron a meterse en el agua con tabla y cometa, y cogen confianza paso a paso.
Y yo, por mi parte, tuve una tarde casi gloriosa. Sólo me faltó un pelín más de viento para que fuera redonda del todo. No obstante, pegué algunos saltos, cada vez más grandecitos y con mayor soltura y seguridad, y practiqué bastante la postura toeside, con la punta de los dedos, que entraña bastante dificultad al principio, pero que creo poder dominar en un par de sesiones más.
Desde las 18 hasta las 20:15 sin salir del agua, sin parar. Todo un récord para mí. Mi cuerpo respondió a la perfección, y la felicidad fue en mí en varias ocasiones. Por supuesto, no dejé de dar los grititos y carcajadas de rigor mirando al cielo!!!!!
Es fantástico las sensaciones que transmite practicar una actividad como ésta, pero más bonito y amplificado es todo si lo haces en buena compañía.
Por la noche, nueva salida a tomar tapas y raciones, con fresca cerveza, y una última copa en casa.
El domingo, con viento Noroeste, fuerte, racheado y frío, lo propio es navegar en la Ría de Punta. Pero no es recomendable para aprendices como Julio, y yo estaba un poco cansado después de la paliza de los dos últimos días. No obstante, para que Julio conociera el spot y viera a algunos fieras en acción, nos llegamos y aproveché la ocasión para tirar unas instantáneas a los colegas:
Juan, sacando provecho del tirón de su Nomad de 7 metros, con un raley desenganchado. Mola. |
Luiki, haciendo un giro marcado con los dedos de los pies. |
Luiki de nuevo, elevándose grácilmente |
Como colofón a todo este rollo/perorata, les dejo este montaje. Se trata de Guincho, justo en la punta de la "nariz" de la península ibérica, el punto más al Oeste. Hace años estuve allí pasando unos días en familia, fue un fin de semana magnífico en compañía de padres, hermanas y cuñados, en la Fortaleza do Guincho, un viejo castillo colgado sobre un acantilado, y desde la habitación, amueblada con muebles que parecían salidos de un episodio de Juego de Tronos, se podían escuchar a las olas rompiendo una y otra vez contra las rocas.
Suele hacer viento, y viento fuerte, allí. Es un sitio, se puede decir, salvaje, y eso precisamente lo hace realmente atractivo: