Ayer, mes y medio más tarde, cogí la bici. Entre las lluvias, los días cortos, el esguince de rodilla y los cortes en los piés..., unido a los días propicios para la práctica del pandorguismo, no he pedaleado en modo deportivo en estas seís últimas semanas.
Poco, de casa a la playa del cruce y vuelta non stop, en modalidad contrarreloj. Como resultado acabé bastante agotado, con mucha hambre, un poco preocupado por pensar que a lo mejor me había fastidiado la posible tarde del día después, o sea, la de hoy, por castigar así a las piernas, y por último, aguantar la bronca del limitador que me acusaba de haber tardado muy poco, "que te vas a hacer daño" y añadió "tonto".
Bueno, en su descargo diré que, bueno, que un poco de razón tenía...
Hoy no pondré esas incrustaciones del Endomondo, porque creo que, en verdad, seguro que ya están hartos de ver casi siempre el mismo mapita con rutas similares, vez tras vez, día tras día. Quien quiera verlo en detalle puede clikar aquí.
Hoy, en cambio, ha sido un día muy diferente, desde la carga de trabajo con fiestecita al final..., como toda la mañana de perros, lloviendo casí sin parar. Pero, milagrosamente, sobre las 14:30, escampó y un magnífico sol casi primaveral me recibió a la hora de la sirena (figurada, claro, que los tiempos de la revolución industrial y sus sirenas de fábricas ya pasaron).
Parece que sobre mediodía se levantó un bonito vendaval, y ya de camino a casa fui wasapando con unos, y llamando a otro, para ver cuál era el plan vespertino.
Me esperaba un almuerzo digno de un marajá, de los que se toman con vino y te mandan a la siesta directamente... Hice un esfuerzo por no comer más de lo debido, y tras un café reponedor enfilé con todo el material hacia El Portil.
Introduzco ahora una novedad bloguera consistente en acoplar en estas historias un gráfico de abscisas y ordenadas explicativo de las condiciones eólicas, o sea, de la fuerza del viento:
Oh, maravilla de gayfón, ahora me permite hacer estas cosas. Mola. Habiendo llegado a la playa sobre las 16, un pelo antes más bien, pueden ver que la cosa estaba caliente: unos 20 nudos. Durante la hora y media de navegación la cosa ha rondado esos 20 nudos, con el máximo de unos 22, y rachas de 27.
Loco de mí, me llegué a plantear la cometa de doce metros, pero en verdad supe nada más ver el movimiento de las hojas de palmera, que el día era perfecto para mi nueve. Disfruté desde el primer bordo, aprendiendo a controlar bien esa pandorga, la pequeña de las que tengo, que es la que menos he cogido. Sus movimientos son rápidos, es un trapo al que le gusta jugar con la velocidad para extraer lo máximo de ella, y hay que moverla mucho, casi constantemente. Eso puede ser divertido, pero también agotador porque te obliga no solo a ejercitar más los brazos, sino también a un plus de atención para vigilar y evitar que toque el agua con tanto vaivén. Cosa que hoy me ha ocurrido dos veces, por cierto, pero enseguida recompuse la acción y recuperé sin dudar la tabla que perdí en una curva tomada un poco agresivamente...
Estoy contento. Qué digo, estoy feliz, porque esta tarde he comenzado a practicar el salto, o más bien a despegar del agua. Porque eso es todo lo que he logrado, despegarme una cuarta (aunque después Javi, que me miraba desde la orilla, asegura que era bastante más, que me elevaba más de lo que parecía) del agua, una pequeña o mínima volada, varias veces, sin caerme ninguna, oh, aleluya.
Todo es una cuestión de decisión, observación de las circunstancias propicias, y timing.
Una tarde magnífica que al final se cerró, empezando a llover justo cuando entraba en Huelva de vuelta de la playa. Ojalá todos los días de navegación fueran como el de hoy.