Toda cara tiene su cruz. El yin y el yang. Los contrarios están presentes en nuestra vida, y más allá, en el Universo mismo. Todo es un equilibrio de fuerzas. No todo puede ser completamente bueno o completamente malo, y si algo lo es, tengan por seguro que pronto llegará el antónimo.
A mí no me ha tardado en esta ocasión. Les contaba hace bien poco la maravillosa tarde de kitesurf que tuve el viernes, cosa que hubiera sido imposible sin una buena ventolera.
Como consecuencia, estuve todo el sábado con la pierna izquierda más que reventada. Grandes agujetas recorrían desde el glúteo hasta el gemelo, pasando por cuádriceps y bíceps femoral, por supuesto. La derecha, bien, gracias. Lo achaco a la exigencia total de simetría que tiene este deporte, donde no ocurre como en ciclismo -ahí puede ayudar, aunque sea inconscientemente, la pierna buena a la mala-. En el cometeo la cosa está más que clara: no hay ayuda posible, la pierna trasera tiene que trabajar a saco sí o sí.
De modo que tuve que anular una pequeña expedición que tenía preparada en bici de montaña.
Pero hoy, aprovechando las muchas horas en la cama merced al cambio de horario de verano al de invierno -no entraré a valorar tamaña carajotada-, y aunque aún con el miembro dolorido, me dije que o empezaba ya a preparar la temporada ciclista, o no lo haría nunca.
Elegí cuidadosamente la ropa temiendo fallar por la leve bajada de temperatura anunciada, rellené de aire los tubulares de la flaca, y a darle caña.
Tranquilo pero seguro, suave pero consistente, inicié el camino. La meta era llegar hasta el Hotel Barceló, a la entrada de Punta. Y volver, claro está.
Los primeros diez o quince km fui peor que mal. La pierna dolía, no subía cómodamente la rodilla, tenía como atenazada la articulación de la cadera, y el dolor impedía imprimir ninguna potencia a la biela. Menos mal que llevaba el viento a favor la mayoría de la ida.
Pero a la vuelta, joder joder joderrrrrrr! Más de una vez pensé coger el celular y llamar al limitador para que viniera a recogerme. El punto más bajo de moral fue cuando llegué a la rotonda de El Paraíso en el camino de vuelta, a falta de doce km para el final. Pero, vaya, si me iba a rendir así el primer día medio serio de la temporada, ¿qué me esperaría el futuro? Había que aprovechar ese sol magnífico, me agaché cuanto pude sobre el curvado manillar italiano de carreras, y a darle al pedal.
La media de 24 km es francamente bochornosa, pero reconozco que la esperaba peor. Casi 40 km para el primer día, con mucho viento, es más de lo que yo esperaba hacer en mis planes iniciales. Así que, como colofón final, tengo que decir que estoy contento por el resultado final. Eso sí, no hay quien haya tenido narices de moverme del sofá en toda la tarde...
La ruta, fea, pero nadie dijo que hacer ciclismo de carretera fuera bonito y fácil. Todo llegará, tengo planes para este invierno.
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