Un escorpión siempre será un escorpión.
Y vuelvo a las andadas, es inevitable, no lo puedo contrarrestar con ninguna otra distracción, y mira que lo he intentado.
Reconozco que la bici me produce gran cantidad de endorfinas, pero también hay un componente de sufrimiento, unido a la autosuperación, el entorno natural, los beneficios físicos, la fuerza mental... Todo eso lo hace un deporte bello y a menudo épico si se quiere.
El automovilismo, como deporte, la verdad es que no lo he vivido. Unas tandas esporádicas no significa deporte, y mis usuales paseos serranos dejan tanto margen de seguridad que aunque a un ritmo alto para el usuario lego en la materia, o a la suspicaz vista del picoleto de turno, en verdad está lejos de cualquier radicalidad.
Mi relación con el windsurf, que no considero acabada pues aún conservo una tabla y dos velas, siempre ha sido de tira y afloja, de amor/odio, condicionado por mi situación familiar y el lugar donde he vivido. Hoy casi he pasado página y he pasado un verano magnífico aprendiendo a hacer kitesurf, que me está dando momentos inolvidables en este principio de Septiembre. Sensaciones ya olvidadas como sentir el poder del viento, el planeo, despegar, la lucha contra las olas, la constante búsqueda de la ceñida para poder aprovechar la ida y la vuelta. La adrenalina, el vértigo de la velocidad.
Bonito. Fácil descubrir el mundo de la cometa vivienda en Huelva.
Pero casi nada como la moto. Un simple paseo en moto puede recargar las pilas a cualquiera, o calmar al más agobiado. Olvidarse de todo, dejarse llevar, disfrutar de la inclinación, esa batalla entre la fuerza de la gravedad, el agarre de los neumáticos y la fuerza centrípeta, todo ello gobernado por el puño derecho y el manejo de los pesos de tu propio cuerpo... eso es algo único, casi incomparable.
Las motos son los caballos de la era moderna, y proporcionan un sentimiento de libertad y de poder análogo al que produjeran durante siglos los buenos caballos a los jinetes experimentados.
Por eso, antes del parón veraniego, di un par de paseos en solitario por diversas carreteras de la provincia, con ciertas dosis de miedo en el cuerpo, haciéndome a la máquina, adaptando mi estilo a la conducción por carretera, que es muy distinta a la practicada en el "seguro entorno de un circuito cerrado". De modo que, dejando unos inmensos márgenes de seguridad, más que disfrutar, me trasladaba de A hasta B, parecía un aprendiz, un novato, un lerdo sobre dos ruedas.
Pero el tiempo pasa. He cogido mucho la moto para recados, ir al curro, a la playa, en fin, un poco para todo. Y el sábado montamos una subidita entre Gabi, Pedrito y un servidor que, aunque lejos del ritmo de las subidas infernales de los primeros años del siglo XXI, unjo empieza ya a ver un poco de luz en el oscuro y difícil túnel del disfrute de la conducción sport.
No, no esperen que hable de velocidades máximas, ritmos carcelarios o adelantamientos imposibles. No. No es el tema aquí, sino antes bien señalar lo que ha significado para mí: un comprobar que puedo volver a disfrutar mucho con una moto, aunque sea una miniGixxer de 600, un infraescalón motorístico, eso sí, con la dignidad mínima. Porque siempre hay que tener en cuenta que una moto deportiva debe tener una potencia mínima, unas cualidades tasadas para el disfrute, y la Susi cumple. Con creces.
No hay entrada agradable sin algunas pruebas pictográficas:
Los fieles compañeros. En primer plano la Espada de Fuego 1000. |
A la izquierda, con summer jacket, ego. A la derecha, feliz, Gabi, orgulloso de su bicilíndrico. |
Resumiendo. Como ave Fénix en mitológico renacimiento desde sus cenizas, el escorpión ha vuelto por sus fueros. Y punto.
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