Sentado bajo la sombrilla en una muy placentera tarde de finales de la estación veraniega, leo, entre distraído y expectante, "Las puertas de la percepción".
Aldous Huxley escribió este ensayo en el año 1954. Ha llovido mucho desde entonces, pero no hay que quitar mérito por ello al experimento de hablar sobre su propia experiencia personal, la plasmación de lo que sintió y vivió cuando tomó mescalina a sabiendas.
Nadie había hecho algo así antes, y en su época fue popular entre cierto ámbito de curiosos, seguidores, artistas y tal y cual.
El mismo Jim Morrison aprovechó el título en el inglés original -"The doors of perception"- para dar nombre a su mastodónticamente famosa banda de ¿rock?.
Dejo de leer, interrumpido constantemente por conocidos que se sientan a nuestro alrededor. Un domingo playero es así. La arena se encuentra poco poblada en estos principios de Septiembre, lo que es un lujo. El tiempo es muy agradable, una suavísima brisa nos acompaña, el Sol calienta pero no quema, el agua está fresca y se agradece un remojón tras un partidillo a las palas con mi primogénito, que ha aprendido rápidamente las más elementales cuestiones de muñeca y acompañamiento para golpear esa pelotilla. Tac, Toc, Tac. Mi pala está a punto de desmontarse, es mala, la madera se ha curvado y tiene holgura en el punto en que se une a la empuñadura. Da igual, se trata de echar el rato.
Un corto paseo mirando al infinito y esquivando las acumulaciones de conchas para no pincharme las plantas de los piés.
Un poco de pranayama nunca viene mal. Mi amiga Cristina cuenta anécdotas e impresiones de su reciente viaje a Myammar y pequeños paises que lo rodean, así como a Dubai. Nada nuevo.
La tarde acaba con una de esas fantásticas puestas de Sol que se dan en Punta Umbría. Casi ha acabado el día, un día más de verano, una jornada de esas que echas de menos cuando se hace de noche a las seis de la tarde y ya no apetece salir de casa por el frío. Todo tiene su punto, todo puede ser bello, sólo hay que mirar con el ojo adecuado.
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