jueves, 20 de septiembre de 2012

cita y reflexión

"El lujo para las masas es una estupidez."

Richard Mille


En una reciente entrevista al creador de los relojes que han saltado a la fama de los legos en la materia por el affaire del robo del peluco de Rafa Nadal, que pueden leer aquí, han resaltado como titular esa frase del señor Mille.
La iterviú es rácana, escasa, mal redactada, y dice poco -o mucho, según se mire- del relojero venido a más, aunque algo me dice que ya era multimillonario antes de meterse en este negocio.

Me quedo con la cita antedicha, que suscribo, ratifico, sanciono y ordeno se publique en el BOE y en los noticiarios de difusión nacional para que el vulgo populacho se entere de una maldita vez.
Sostengo a menudo, y este verano me he visto obligado a explicar y repetir mi tesis varias veces entre amigos y conocidos, que uno de los grandes problemas de Occidente en general, y de Españístán muy en particular, es lo que yo vengo en llamar "la democratización del lujo". Tal cosa se cae por su propio peso, muchos ahora se ven ahorcados y sin futuro arreglable a corto, medio o larguísimo plazo, y lo peor no es eso, lo peor es que ahora la culpa es de los demás.
No hace tanto tiempo, porque yo no soy ningún anciano y recuredo perfectamente esa era, viajar en avión era un lujo. No existía el low cost a base de subvenciones euromillonarias a empresas extranjeras, y quien quería viajar por aire tenía que pagar bien caro. Ahora se puede dar la paradoja de volar ida y vuelta de Sevilla a Barcelona por 30 lereles, incluso menos si te lo curras bien. ¿Cómo es posible?
Recuerdo que de pequeño, con una excusa que no viene a cuento, mi padre nos llevó a Madrid, un viaje de noche en coche-cama de duración interminable y precio asequible. Hoy es incocebible tal cosa, hoy hay que ir en AVE sí o sí, o como mínimo en TALGO -no sé si quiera si todavía existe- o Altaria.
Yo he visto en la época de las vacas gordas como los peones de albañil acudían a la obra en BMW serie 3 cupé, y los Audis A3 eran legión. Todos conocemos a gente que con modestos empleos se embarcan en adquirir un piso en la playa cuando viven a menos de quince minutos de la arena y el mar. Viajes de vacaciones cada dos por tres a destinos exóticos, bodorrios inconmensurables, cenas fuera de casa a diario, copas a tutiplén en las terrazas más de moda de la ciudad, ropa y accesorios de primerísimas marcas...
Joder, joder, joder.
Yo me he preguntado muchas veces: ¿si nosotros vivimos así, cómo vivirán los ricos de verdad?
Mi señor padre, con cinco oposiciones a sus espaldas, y trabajando mi querida madre de maestra de EGB -o sea, otra oposición más-, no se compró un Mercedes hasta los 50, y eso teniendo un trabajo muy bien remunerado. Vivió de alquiler hasta los 38 años, edad a la que aprobó su última, su definitiva oposición.
Nunca comprendí a esos jóvenes que se casan con lo puesto, sin la más mínima seguridad en el trabajo, y se meten en hipotecas de cuarenta años, y se ponen, además, a parir como conejos. Porque es que hasta tener hijos se ha convertido en un lujo hoy día.

Es posible que la culpa sea nuestra, los hijos de la transición, de los nuevos aires de libertad, criados en Jauja. No nos faltó de nada, nunca pasamos hambre, frío o penuria de ninguna clase. Pensábamos que esto de la vida era fácil y divertido, y al final ha resultado ser una trampa horrible. Estamos metidos hasta el cuello.
Hace unos meses, un compañero se mareó y perdió el conocimiento ante la insinuación por parte de otro de la supresión de parte de la remuneración extra que percibía, porque se le vino el mundo encima al estar muy ajustado en su balance. Hoy mismo, otra compañera ha sufrido una crisis de ansiedad y ha tenido que abandonar la oficina entre lágrimas e hipidos al enterarse de las medidas ordenadas por la jefatura sobre nuestro más inmediato futuro respecto a las nóminas.
Los ánimos están revueltos, y lo pero no es eso, es que la cosa tiene pocos visos de mejorar.

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