La actividad física es una vía de escape, una catarsis, prácticamente imprescindible para mí. Por eso le doy a todo lo que puedo.
La semana pasada me hice el valiente y troté cien metros más o menos. No, no han leído mal ni yo me he equivocado: cien -100- metros. Fue una experiencia total. Creí notar que los tornillos que fijan el clavo por la parte proximal se movían, y el miedo fue en mí. Al día siguiente me dolió el muslo.
Pero hay que hacerlo sí o sí. Hay que avanzar, siempre. SIEMPRE.
De modo que esta tarde me he enfundado las Asics -que llevan conmigo más de diez años, y me resisto a jubilarlas aunque ya va siendo hora, pero es que hemos compartido tantos km juntos que no soy capaz...- y aprovechando que he ido a la esquina a sacar la basura como todo hijo de vecino, he seguido tranquilamente. Como quien no quiere la cosa.
Es importante mantener la calma, pero también la concentración en mi situación. No querer ir más deprisa de lo que debo o puedo. Pero claro, ¿cómo saber cómo o cuánto debo o puedo? Mis médicos acuden siempre al espinoso y subjetivo asunto de la percepción del dolor: si duele el foco de la fractura, hay que parar inmediatamente. Ahí coinciden todos. Luego, hay diversidad de opiniones en cuanto a la intensidad. El traumatólogo me dice que haga vida completamente normal, como lo hacía antes de la fractura. El rehabilitador me hizo un plan de desarrollo lento y paulatino.
Obviamente, no quiero ni lo uno ni lo otro, y hoy me he dado cuenta, me he percatado claramente como si me hubiera alcanzado un rayo de lucidez, de que tengo unos claros límites físicos motivados por la flagrante atrofia del gemelo izquierdo, pero también he descubierto un bloqueo mental. Curioso.
Mi cuerpo reacciona tensando músculos que no deberían estar tensos ante la posibilidad de los leves impactos que el trote cochinero pudiera provocar en mis articulaciones. Eso provoca contractura, dolor, agarrotamiento.
Tengo que relajarme, ir poco a poco. un ratito trotando -me niego a llamar a eso "correr"-, ahora un poco andando, luego trotando otra vez, más tarde me tomo otro receso caminando.
Es la primera vez que mediocorro en un año, y la cosa ha ido de menos a más. Cuando estaba acabando mi kilómetro y medio, ya iba caliente y a gusto. La verdad es que me he obligado a parar, porque luego viene lo que viene, ya voy conociendo mi cuerpo. Eso es bueno, supongo.
Ahora toca ver cómo reacciona mi físico ante el descanso nocturno, y si mañana aparecerá dolor, agujetas, agarrotamiento, o algo.
Lo que hice hoy, ojo que no sólo es ridícula la distancia, sino la velocidad:
Está claro que no quise alejarme de la choza por si me tenía que recoger el limitador con una cucharilla. Ja. |
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