Porque tal cosa, sí, es posible, y aún más, absolutamente recomendable.
Y claro, usted puede ir a la compra, o hacer un pequeño desplazamiento de 100 km para visitar a su familia a bordo de un anodino Dacia Logan, no lo dudo, pero puede hacer lo mismo en un Alfa 159, y extasiarse admirando los múltiples detalles de diseño que acontecen cada vez que se monta en él.
Una fiesta de brillo y color, de dobleces, tiranteces, formas y deformas, facilitan el júbilo del espíritu, y ayudan a ensalzarlo cual levitación de Santa Teresa, cuando ciertos objetos son puestos ante mis ojos. Alabo la creatividad del diseñador, y la maestría en la ejecución del artista, a menudo no reconocido y absolutamente mal pagado. Hay auténticas obras de arte por ahí, en lo cotidiano, y la mayoría pasan desapercibidas para la grey, la masa adocenada y burda, chabacana, barriobajera y tabernaria. Peor para ellos.
En este caso, me centraré en el reducido campo de la bicicleta campera. Allende nuestras fronteras los artesanos abundan, sobre todo en los países con ascendencia británica. Es curioso, pero los british, a pesar de ser un pueblo un poco bárbaro, nos han dejado ciertos grandes avances en educación, formas y maneras, humor peliagudo, ingenio, y sobre todo soluciones mecánicas y artísticas sin igual. Para todo lo demás no valen una puta mierda.
Observen, si no, estos fantásticos trabajos elaborados cariñosamente en acero y titanio, mayormente:
A ver, voy a aclarar un poco más la cosa: que no se trata de hacer unos tubos curvados, sino que hay que mantener unas proporciones en las formas, un equilibrio en el conjunto. Tiene que haber un espíritu inspirador, algo que eleve los sentidos, que te empalme. Así, por ejemplo, esto no me vale:
Espero que vayan pillando el concepto. Les ilustro un poco más con objetos plenamente bellos y válidos: