Se suele decir que la democracia es la menos mala de las formas de gobierno. Sí, claro... si al menos hubiera democracia. Pero no. Lo que yo he conocido, o al menos desde que tengo memoria -y Franco murió cuando yo tenía tres años-, esto que hoy vivimos, esto no es democracia. Se nos vende eso, pero se trata únicamente de un eufemismo cruel, que a fuerza de repetirlo constantemente por cuarenta millones de españolitos deseosos de libertad, al final muchos se lo han creído. Y la libertad no tiene nada que ver, se lo aseguro -pero ese es otro tema-.
A ver, señores, aquí no hay separación de poderes, no la hay. Aquí mandan los mismos, dejando aparte unos poderes fácticos, normalmente invisibles, que siempre han estado, están y estarán ahí ocultos, gobierne quien gobierne, con nuestros abuelos y con nuestros nietos. Y la separación de poderes es la mejor y, quizá, única garantía de que existe una verdadera democracia, porque es la manera de controlar el poder.
Pero en éste, nuestro cada vez más odiado país, hay un poder ejecutivo, vulgarmente llamado Gobierno. El gobierno está puesto ahí por las Cortes Generales, que están compuestas por diputados elegidos en sufragio. Si se tiene la mayoría suficiente, estos diputados eligen un Presidente, quien nombra, a su vez, a sus Ministros. Y no olvidemos que las Cortes se encargan del poder Legislativo, hacen las leyes, las normas por las que nos regimos, que no deben hacerse por el Gobierno porque si no, esto sería Jauja, y cada nuevo Gobierno cada cuatro años -en el mejor de los casos- pondría sus propias leyes, lo cual sería el cachondeo padre. No obstante, el Gobierno puede hacer uso del Decreto, unas normas que se pueden sacar de la manga si se cumplen ciertos requisitos... que a nadie importa que se cumplan o no, únicamente al Gobierno. De este modo, el Gobierno controla el poder ejecutivo y el legislativo, hasta aquí es fácil. Y algunos dirán, incautos, que nos queda el poder Judicial, sí, ese encargado de velar, juzgar y hacer cumplir las penas a los incumplidores de la Ley. Y este es un poder libre y autónomo. MUAHAHAHAHAHA
De eso nada, simples lectores, de eso nada. Porque los jueces y magistrados tienen unos órganos de gobierno, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional, la Fiscalía General del Estado... cuyos miembros o son nombrados directamente a dedo por el mismo Gobierno, o son pactados con la oposición en el Parlamento, o sea, también son nombrados a dedo, de modo que es muy fácil dirigir y encauzar cosas tan importantes como la política penitenciaria, corrientes de delitos a perseguir con mayor o menor ahínco, influir y ejercer presiones, etc.
Queda claro, pues, que los tres poderes en que hay que dividir al Estado para poder ser controlado por el pueblo, como se plasmó en la Revolución Francesa de 1789, no existen. Sólo hay uno. Y más si se tiene mayoría absoluta.
Si no se tiene la mayorá suficiente, ostia puta, ahora sí que la hemos liado, porque el Gobierno hará lo posible por mantenerse ahí arriba, y pactará con minorías parlamentarias para conseguir sus objetivos, prostituyendo no sólo sus propios convencimientos y principios políticos -que hayá ellos, desde luego-, sino jugando con los recursos de todos para satisfacer a sólo unos pocos, poquísimos. Estas minorías, por lo general partidos nacionalistas, sólo quieren lo único, lo importante, y no voy a descubrir América ahora: la pasta. Todo por la pasta. De este modo, un partido que ha recibido cien mil votos en unas elecciones generales tiene más influencia y poder que otro que haya recibido diez u once millones de votos. ¿Y ahora qué, ein? ¿Ein?
¿Todo es mentira? No, no, no. No es eso. Todo es la puta verdad, no cabe duda, y es lo que hay y esto no lo cambia nadie, salvo una revolución popular que destruya el sistema, se cree uno nuevo, y todo ello con lo que comporta.
Por eso yo no voto, yo no formo parte de este sistema que es todo una mierda, una falacia, un engaño. No me queda más remedio que soportar este sistema, pero no voy a perder ni un sólo segundo de mi corta vida para mantener o participar en esto.
Y luego uno ve esos programas de la tele en los que salen jóvenes de 24 y 25 años de edad que no saben decir tres ríos o tres montañas de España, ni saben enumerar las provincias de su Comunidad Autónoma, ni reconocen en una foto a la vicepresidenta del Gobierno o al petit Sarkozy, y uno tiene que aguantar que su voto valga lo mismo que el mío. NO. Y hay casos, como las minorías vascas, gallegas, catalanas o canarias, que su voto vale incluso más que el mío, por ser partidos bisagra que se venden al mejor postor, y lo mismo pactan con A que con B sin importarle el signo político. Y ayer estaba un dirigente sindicalista en la huelga nacional, y al día siguiente, hoy, es nombrado Ministro para defender precisamente aquello contra lo que se manifestó... y se queda tan pancho... pero da igual, de los sindicatos hablaré otro día, o mejor no hablaré, ¿para qué perder el tiempo? Bastante he perdido ya hoy escribiendo sobre esto.
Ah, se me olvidaba: que todo este rollo era para justificar que yo NO VOTO.
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